"La cúpula de Fernández Díaz montó un entramado que propició el saqueo de fondos reservados para lucro personal", titulaba hace unos días el diario Público un extenso artículo de investigación sobre las cloacas de Interior, esas que cuando por casualidad o por rara y valiosa tenacidad periodística se destapan, vuelven a sellarse casi de inmediato, sin que en ningún caso haya una decidida intervención judicial con resultados visibles y ejemplares.

Como mucho echan a un pagano a los leones que se harta de amenazar en balde con tirar de la manta. Las cosas en su sitio, ese parece ser el lema, y el de las cloacas policiales en el suyo, es decir, donde están y no parece probable que dejen de estar. Por muy asombrosas que resulten las recientes noticias de la podre de las cloacas de Interior que salpica a los ya muy salpicados Fernández, Cospedal, Rajoy, todavía no sabemos si el de la "M. Rajoy" es el mentiroso compulsivo que se saltaba el confinamiento sin ser multado, que puede y no ser el mismo, dentro del clima de burla generalizada que padece la ciudadanía: "Ya no soy un personaje público", declara el desvergonzado. Resulta por completo inútil preguntarse con tono de asombro de sainete: "¿Pero en qué manos estamos?" porque lo sabemos y desde hace mucho además. Esa pregunta es retórica y no tiene continuidad. Sirve para pedir otra ronda y alborotarse un rato en el mentidero. No más. La calle es suya, lo vienen demostrando desde las indignaciones de 2012, que allá quedan. Gobierne quien gobierne, hay trastiendas, no solo económicas, que se rigen por otras leyes que las del común, incluso cuando infringen estas y son descubiertas.

Y junto a los figurones del Partido Popular ya citados, una tropa de funcionarios del Estado que solo se diferencian de los maleantes profesionales en llevar placa de autoridad. ¿Policía patriótica? El panorama es tenebroso más que meramente descorazonador, pero no nos sublevamos y sospecho que no lo hacemos porque estamos acostumbrados a que pase lo que pase, no pasa nada, porque como mucho usamos una mascarilla de indiferencia o de hastío para respirar ese aire social tóxico, que se ha hecho una con nuestros rostros, porque nos han recluido en la escupidera de las redes sociales.

Votar, votaremos, pero el mar de fondo sigue donde está, en todos los sentidos, no solo en el de las cloacas policiales, los fondos reservados, los maleantes de Inteligencia... por mucho que haya funcionarios que cumplan con su deber y muy probablemente se la jueguen aventando cieno institucional. A este paso, el verdadero cambio social no está a la vuelta de la esquina, con independencia de los avances que en lo más práctico y cotidiano se consigan (más en unos lugares que en otros). Estamos muy lejos de un saneamiento democrático, por muy progresistas que parezcan quienes ahora mismo gobiernan en un acoso sin precedentes con intención de tumbarlos, con pandemia o sin ella, con rey emérito de parranda, con crisis económica envuelta en niebla. ¿Y qué pasa con el engominado Bárcenas que a fin de cuentas es el principal perjudicado de la operación Kitchen, esa que ha costado un dineral en fondos reservados y no reservados? Nada, callao como un muerto desde que retiró su acusación particular en el proceso judicial emprendido por la destrucción de sus ordenadores, algo por completo sospechoso. ¿A cambio de qué? Mucho desistir me parece eso a cambio de nada. Pero entre tramposos y maleantes anduvo y anda el juego, por mucho que ya no estén en el Gobierno, aunque en la administración sigan los funcionarios que colaboraron en sus desmanes.

Villarejo estará en la cárcel, pero otros no, otros están a salvo con sus fortunas y otros más seguirán cobrando de la nómina y de las medallas, porque esta gente tiene, encima, muchas medallas por sus servicios al Estado. Estará claro que con la ley en la mano la financiación del PP puede considerarse delictiva, por mucho que se silencie, tape o encubra. ¿Y? Poca cosa. La ley es papel mojado. Da vahídos.