Universo paralelo, ese en el que vive desde hace mucho el duque de Patraña, ex presidente del gobierno de España, un jeta de cuidado, que afirma que la sentencia de la Gürtel que condena de manera definitiva a largas penas de prisión a muchos mandos de su organización representa para él, "M. Rajoy", una reparación moral. Ahí es nada. Es posible que se trate de otra sentencia o que no se haya enterado de lo leído, o que no lo haya hecho y se lo hayan contando a la manera en que se cuentan estas cosas entre los cuadrilleros de esa organización. Sea lo uno o lo otro, hay que reconocer que son maestros en el arte de echar polvo a los ojos del público y hacerle creer que no ve lo que está viendo o viceversa, con la inestimable ayuda de la prensa de la derecha que se ha empleado a fondo en la faena de lavar la imagen y absolver al Patraña y a su partido. No, M. Rajoy, no todo es falso, como tuvo usted el cuajo de afirmar. Había caja B y el Supremo lo confirma: "Rajoy, faltó a la verdad cuando declaró como testigo en el juicio de la Gürtel", dijo la sentencia de la Audiencia en un apartado no cuestionado ni puesto en duda por el Supremo.

Un alarde de cinismo ese de ver una reparación moral en una condena en toda regla de un sistema de gobernar; cinismo y patraña que dejan de serlo en el momento en que tal cosa cosecha el aplauso de tus secuaces. El Tribunal Supremo, nada sospechoso de parcialidad o sectarismo contra el PP y sus mandos, da por acreditado que el Partido Popular se benefició de los manejos y extorsiones de la trama Gürtel, con expresa referencia a que a su sombra o en su raíz se creo "un auténtico y eficaz sistema de corrupción", que generó importantes ingresos para un partido en el que nadie parecía estar al corriente de nada, nadie sabe nada, pero no pocos se han hecho ricos.

Entre los condenados ahora está la esposa de Luis Bárcenas, el urdidor de contabilidades, maestro de iniciales y repartidor oficial de aguinaldos, que con toda su gomina ha acabado de capazo de las hostias. Luis el Fuerte, iba a tirar de la manta si los condenaban como familia, aunque da toda la impresión de que entre unos y otros y con la ayuda de una policía mafiosa le han dejado sin manta de la que tirar. Digan lo que digan, todos los ahora condenados, no solo han perdido el poco crédito que pudieran tener, sino que se han quedado sin pruebas de lo que puedan decir porque se las han birlado. Algo asombroso; y los procesos continúan y las querellas contra policías implicados también, aunque con los preceptivos retrasos en su tramitación. Decía que es forzoso admitir que son maestros en afirmar lo contrario de lo que tienen delante de las narices. Así Patrimonio Nacional llamando al pitorreo nacional al publicar que la "imagen más espectacular de este 12 de Octubre (era) la de la @patrullaguila dibujando la enseña nacional en un cielo despejado sobre la Plaza de la Armería del Palacio Real de Madrid. ¡Gracias por este momento!".

Mala fe a raudales porque lo publicado de manera propagandística era justo lo contrario de lo que se afirmaba; ¡se veía! Pero estábamos equivocados. En la imagen estaba lo que el mando tenía a bien ordenar. Con eso está todo dicho y no solo retrata a Patrimonio Nacional, sino a una forma de gobernar y llevar las riendas de las instituciones del Estado: con absoluta falta de respeto hacia una ciudadanía tratada como a débiles mentales. Todo lo anterior suena a burla, pero lo cierto es que la situación no está para burlas porque es gravísima, por mucho que en Madrid lleve las riendas del disparate quien las lleva suministrándonos a diario pruebas de vivir en una realidad paralela, como cuando sostiene que está muy bien el cierre de bares porque así el público se puede ir a su casa a contagiarse. Polvo y humo a los ojos de una ciudadanía atemorizada y baldada. Importa y mucho, el aquí donde vivimos y podemos contagiarnos; importan las medidas que se tomen y el poco o mucho respeto solidario inmediato que se haga a estas. Suena a sermón lo que digo, sí, pero a la vista de lo que veo, es más airado que otra cosa. Algo falla, y de manera estrepitosa, en nuestra conciencia y empatía cívicas.