os dramas no se pueden comparar, porque no se trata de comparaciones, pero con guerra o sin ella, la situación del periodista Pablo González en Polonia se complica y ensombrece día a día. Una losa de secretismo y mala fe por parte de las autoridades e instituciones polacas ha caído sobre él. No es un mero daño colateral de una guerra, sino un ataque a la libertad de información y un drama personal por completo injustificado.

Tener dos nacionalidades, una tarjeta de crédito de la Caja Laboral Popular y escribir para Gara son suficientes para sostener una acusación de espionaje, dado que, según los polacos, la Kutxa y Gara están pagados por Moscú. ¿Doble nacionalidad y dos pasaportes? Los hay a miles en España, como son muchas decenas de miles los potenciales espías de Rusia por su condición de clientes de la Caja Laboral. Una mala fe radical que no parece haber llamado mucho la atención ni de los periodistas españoles, que nada o poco dicen, ni de los servicios diplomáticos que actúan de manera rutinaria, que se sepa. No se ven esfuerzos corporativos, diplomáticos o políticos de la necesaria entidad, porque esto no es un asunto judicial, sino político: se ha detenido de manera arbitraria a un periodista y se le ha encarcelado bajo acusaciones delirantes que no se sostendrían en un tribunal con garantías suficientes, como no parece que sea el caso. Que Pablo González no haya podido comunicarse con su abogado en casi un mes de detención y encarcelamiento arbitrarios, es un asunto gravísimo, se mire como se mire.

Espero que a los diplomáticos españoles destinados en Polonia les conste de manera fehaciente y no con palabras de madera, que Pablo González no ha sido maltratado o sometido a vejaciones por parte de la policía polaca o sus servicios de inteligencia. Polonia, bajo su régimen actual de extrema derecha, no es un paladín que digamos de derechos humanos, por mucho que ahora mismo acoja buena parte de la avalancha de refugiados. Hasta ahora ha dado pruebas suficientes de atropellos represivos que le han hecho estar en el punto de mira de organizaciones de defensa de derechos humanos y acreedora de alguna condena del TEDH. En estas condiciones la falsificación de pruebas por parte de la policía polaca es un juego de críos. Veremos lo que cuenta el propio Pablo González cuando pueda hacerlo o sea liberado.

Da la impresión de que el sistema judicial polaco es propio de un régimen totalitario, en la medida en que suprime garantías jurídicas bastante arraigadas en la Comunidad Europea, como son la presunción de inocencia, que no se está en modo alguno respetando en este caso y la eficaz asistencia jurídica que hasta el momento y en la práctica brilla por su ausencia. El baile de abogadas de oficio parece estar orientado en ese sentido, como si el gobierno polaco se estuviera asegurando de que Pablo González carezca de verdadera asistencia jurídica y se cubra la infamia perpetrada con un numerito de teatro togado. Leo que a la Abogacía polaca le importa un comino lo que sucede con Pablo González y está actuando de manera grosera en consecuencia; en esa misma línea, el ministro Albares.

Mala época esta para que se tome en cuenta un drama como el de Pablo González, pero la desolación de varios millones de personas o la devastación de un país, no pueden echar al chirrión el drama que vive un ciudadano español que tiene derecho absoluto a la protección jurídica y político-administrativa de sus derechos más elementales.

Polonia ahora mismo es el más firme defensor de entrar en guerra con Rusia a través de un cuerpo de paz de la OTAN que invadiera una Ucrania devastada con el consentimiento de su Gobierno y entrara de inmediato en combate con el ejército ruso, al parecer bastante vapuleado. ¿Alardes de matasiete o siniestra realidad? Ahora mismo casi todo lo relacionado con la guerra es posible. Una situación que amenaza con enquistarse y pudrirse, o en despeñarse del lado de una catástrofe inimaginable.