i el gobierno no debe saber lo que hace el CNI es porque le conviene admitir que hay un poder autónomo dentro del Estado que en la práctica nadie ni nada puede controlar porque lo judicial es un eufemismo de aúpa, y que actúa de manera autónoma decidiendo cuáles son los intereses del Estado. ¡Caramba! Mucho decidir es eso, ¿no? ¿Y el Gobierno qué recibe, el estropicio emplatado? ¡Gastronomía sorpresa! Solo sé que, visto desde lejos, esa es una forma de amparar crímenes de Estado que caen de inmediato bajo el sello del secreto.

El no enterarse es una de las características de nuestra época. No se entera o dar por enterado el de arriba y no nos enteramos de las mitades los de abajo o solo nos enteramos de lo que ellos piensan que nos conviene, y más a ellos, que nos enteremos. Parece un trabalenguas, pero no lo es. La prensa seria echa una buena mano en estos negocios, incluso cuando le dan una presa para arrojarla a los leones, como ahora mismo. Lo digo porque ya es curioso que asuntos que estaban en el candelero hace cuatro y más años, estallan ahora como una bomba japonesa de cotillón que, en vez de confetis, echa al aire de manera generosa jiña de primera que a todos nos salpica. España, cuídate de tu propia España!, escribía el poeta César Vallejo a finales de 1937 e invitaba cuidarse tanto de los muy patriotas como de los que se encogían de hombros. Cuídate de tus gobernantes, sí, sí, de acuerdo, ¿pero cómo?

Lo nuestro es votar, aplaudir, hacer masa, berrear cuando toque e ir a lo nuestro en la medida que podamos o nos dejen. Todo suena a película Metrópolis, a ya sabido, a ya anunciado en novelas de ciencia ficción que entre máquinas, ovejas o aparatos curiosos han dado en la actual Teoría General del Estado a desarrollar a la carrera. Pistonudo. Y esto solo es el principio del famoso mundo que viene, que ya estaba aquí, incubándose, en el engorde preventivo.

Nada va a ser como antes, era una frase del comienzo de la pandemia, de cuando los aplausos a los sanitarios, aquellos que dieron en los caceroleos y en el bandereo patriótico y rojigualdo, y han terminado en las agresiones. El himno a la alegría, aquel que decía que todos íbamos a ser hermanos y demás, dio en rebuzno, en enconos y en saqueo sin contemplaciones por cuenta de la calamidad que mató a unos y enriqueció a otros. ¡Demagogo! Sí, ¿qué pasa? Íbamos a salir mejores de la inesperada pandemia, ya, y un cuerno. A la vista está. De la guerra actual, lo mismo. Los frentes de batalla estarán lejos, pero a día de hoy estamos todos implicados con una avalancha de refugiados que es preciso ayudar, con un baile de millones que crece de manera imparable, con envíos cada día más masivos de armas por cuenta de las arcas públicas tan remisas hace nada a costear servicios públicos de primera necesidad.

El escritor alemán (siempre controvertido) Ernst Jünger sostenía en su ensayo El Emboscado que en estas condiciones de manipulación grosera del individuo, la única salida posible era la emboscadura, el refugiarse en un bosque casi a la manera de los fuera de la ley de la época de Robin Hood. Solo que, como he sostenido en un ensayo fragmentario reciente, Emboscaduras y resistencias, la teoría está muy bien, es lírica y corajuda, pero falla la práctica, esto es el cómo emboscarse, el cómo protegerse de esta avalancha de jiña, del deterioro del sistema democrático, de los falsarios que mienten sin recato en sede parlamentaria o a las puertas de Moncloas propias y ajenas. No lo sé. Lo que para mí vale, para otro resulta impracticable o inútil y bastante tiene con sobrevivir en condiciones que ignoramos: el dogal de miseria que rodea y mina las ciudades.

Los tiempos han cambiado de manera súbita, que es barbaridad, y vamos a tener ardor guerrero para rato, en el escenario de allá lejos y en las trastiendas, de las que no creo que vayamos a enterarnos más que con el tiempo. Mientras tanto nos toca emocionarnos con el drama humano, espantarnos de los horrores de la guerra, indignarnos, condenar, repartir diplomas de héroes y de villanos, hacer augurios sobre desastres futuros, repicar noticias falsas como si fueran verdaderas y viceversa, pedir cabezas... y todo a ciegas, o a tuertas, pero esto con mucha suerte.