De políticos a politicastros
"Hubiera preferido más votos y menos halagos". El resignado aserto repetido por Juan Cruz Alli en su ocaso político me sobrevino con el anuncio de la agonía definitiva de Adolfo Suárez, sobre cuya tumba se han vertido tantos elogios por su contribución al advenimiento de la democracia formal como sufragios le faltaron al CDS que lo enterró en vida. No seré yo quien aporte más glosa a las loas aplicadas también a Iñaki Azkuna, otro prohombre que acaba de marchar -en su caso asido a la Alcaldía hasta el fin de sus fecundos días- de este mundo atestado de politicastros. Pues, más allá de las filias y fobias que suscitaron Suárez y Azkuna, resulta tan obligado como penoso constatar que figuras de semejante talla, de esa dimensión social, ya no florecen en nuestra política mediocre y alicorta, repleta de funcionarios de partido sellados al argumentario de la casa y consagrados al peloteo para no perder el puesto en la lista de turno. Una endogamia putrefacta la de las formaciones tradicionales que veta el acceso al servicio público a personas cualificadas y ejemplares que, dispuestas de forma transitoria a defender el interés general con una determinada ideología como marco, nunca comulgarían con las ruedas de molino de la ortodoxia cerril y maniquea. Esa perversión del sistema, que antepone el gregario al audaz, ha redundado en esta política cuyo fin es el poder en sí mismo y no el amejoramiento de la colectividad también a través de la necesaria sensibilidad interpartidista para admitir sin complejos las aportaciones de los demás. Una asunción de la pluralidad que en absoluto puede concebirse como un signo de debilidad y que, al contrario, permite pescar en caladero de voto ajeno. La clamorosa falta de auténticos líderes en las grandes siglas ha provocado sin embargo que la prioridad sea fidelizar a los convencidos y rescatar de la abstención a quienes lo fueron, dando por imposible al resto del electorado. Aun con epílogos políticos tan dispares, los carismáticos Suárez y Azkuna jamás se arrugaron ante las urnas, como tampoco ante sus respectivos partidos.