Onanismo digital
Las ciencias adelantan que es una barbaridad, como declama Don Sebastián en La verbena de la Paloma, que de ahí procede tan popular enunciado. Una barbaridad en obvia acepción positiva, basta constatar cómo sanan ahora enfermedades que antaño suponían la muerte sin remisión y hasta qué punto se han perfeccionado las técnicas de fecundación para producir vida humana. Poco podían imaginar sin embargo los coautores de la celebérrima zarzuela, que en parte versa sobre cómo trajinarse a una morena y a una rubia hijas del pueblo de Madrid, que la prosperidad tecnológica iba a acabar con la jodienda o al menos a restringirla seriamente. Si la televisión en multicanal ya supuso un inhibidor de la pasión, Internet y las redes sociales han convertido el sexo en milagro verdadero por la adicción que suscitan. Un enganche que no distingue entre géneros, si bien parece más prevalente entre las mujeres a tenor de una encuesta de AVG Technologies que acreditó que el 57% de las estadounidenses, el 44% de las brasileñas y el 40% de las francesas se quedarían con su smartphone si durante una semana tuvieran que elegir entre jugar con él y entre las sábanas. Diríase que como antídoto contra este cierto onanismo digital ya no vale por su simpleza persuasiva el repentino despliegue del rutinario catálogo de útiles de cortejo -orales y táctiles- que otrora sí servía para ese aquí te pillo, aquí te mato con el que culminar el día. La cuestión es que si se pretende la cópula al final de la jornada mejor será ir preparando el clímax de par de mañana con el arte de seducción más eficaz, la generación de buen rollo con el o la partenaire mediante el denominado atractivo dinámico -complemento del estático o meramente físico-, concebido como el uso inteligente del lenguaje verbal y corporal. Si no les resultase, intenten el súbito casquete de justo al despertar, si es que el café no se interpone cual escollo insalvable. Porque según otro sondeo, esta vez de la cadena hotelera Le Méridien, la mitad de los residentes en EEUU, Dubai, China, Alemania e India podrían vivir sin sexo pero nunca jamás sin cafeína.