Visto el ingente capital político dilapidado en tres años por la presidenta Barcina, pareciera que no aprendió nada en los quince anteriores de responsabilidad pública, como consejera antes que alcaldesa y siempre reconfortada con fértiles presupuestos y la fe que le profesaba su preceptor Sanz. Al margen del doble disparate político de pactar con el PP en las Cortes en paralelo al bipartito foral con el PSN y de expulsar luego a esta sigla del Gobierno con un trienio de legislatura por delante, los sobresueldos secretos de Can resultaron el paradigma de su desvarío personal, al menos en un triple sentido: por lo que conllevó de error estratégico, al acreditar mala conciencia, la devolución de las dádivas; por enmierdar a sus conmilitones de UPN equiparando todas las dietas, procedentes o no de órganos opacos de la entidad; y por irritar a la ciudadanía en su conjunto con la pueril comparación de esas fétidas retribuciones suplementarias con los cobros legítimos de los alicatadores. Un enojo social amplificado por la rapacidad consistente en darse de alta en la UPNA durante 19 días en vísperas de acceder a la Diputación y también en subirse el salario un 33%, una avidez ya apuntada en su interés por escrito para conocer al detalle los emolumentos a percibir como futura presidenta y en su obsesión por saber los honorarios de todos los cargos públicos de Navarra, no fuera a ser otra la mejor pagada. El corolario a la sucesión de desatinos personales fue la entrevista en Vanity Fair, desempolvando a modo de harakari el infausto episodio de las dietas para meter el dedo en el ojo de los periodistas que no preguntan -serán sus hagiógrafos de guardia- y en las familias de los condiscípulos a los que metió en el mismo saco de las inmundicias de Can. Colmadas sus aspiraciones institucionales en Navarra, y dado que Barcina no atiende a la madre amantísima que le susurra lo bien que le iría como la catedrática que fue a tiempo completo, está por ver que alguien que la quiera si no tanto parecido pueda persuadirle de que para qué persistir en tamaña cuesta abajo habiendo vida ahí, fuera de la política.