ahí están como oprobio para la democracia las amnistías fiscales decretadas tras el vil franquismo, la de Suárez de 1977, las socialistas de 1985 y 1991, y la del PP de 2012. Colosal afrenta esta legitimación del fraude por partida cuádruple por lo que conlleva de incitación al latrocinio, a poner el contador a cero retomando seguidamente el desfalco y hasta la próxima, sin publicar además la lista de los estafadores aunque solo fuera por pura justicia social ante la comisión de semejante delito de lesa insolidaridad. Una perversión también por el trato de favor que consagra respecto a los asalariados que apoquinan religiosamente sus tributos, más obscena que ninguna otra la legalización del 97% de lo defraudado perpetrada por Montoro en tanto que se arbitró en un contexto de asfixia de las economías familiares, de recortes de servicios públicos esenciales y, para más inri, de una subida de impuestos. Lejos de sonrojarse, los prebostes de la diestra española sacan pecho glosando su “regularización extraordinaria” -vaya eufemismo tan aberrante- porque se afloraron 40.000 millones para una ridícula recaudación en términos comparativos de 1.200, aunque entre los amnistiados por el PP se cuenten Rato, Bárcenas e imputados varios de la red Gürtel gestada en sus entrañas. Precisamente en la tolerancia con los apandadores de raleas diversas y en la propia financiación irregular durante dos décadas puede explicarse la necrosis ética de la cúpula popular, que propone de forma impúdica la relajación de las incompatibilidades de los diputados cuando dos de los suyos son pillados en un descarado conflicto de intereses como asesores de una constructora dedicada a la obra civil pública. Desde la premisa de que una democracia avanzada que ampara el lavado de capitales evadidos y el tráfico de influencias no es digna de tal nombre, está por ver que quienes la configuran con sus votos vayan a interiorizar el imperativo prepolítico de sancionar en las urnas los comportamientos indecentes. Si fuera que no, habrá que preguntarse qué puede hacerse con una sociedad enferma de pura indolencia.
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