Lo siento por ustedes, moradores progres de la tierra foral, porque tras el 20 de diciembre van a seguir siendo súbditos de Mariano Rajoy, le rindan o no vasallaje. No desde luego por méritos propios, sino al verse acunado por el curso de la historia, para empezar porque en el mejor momento para sí mismo le ha venido un Dios a ver, bajo la inmisericorde apariencia del Alá imaginario que guía en su delirio al yihadismo criminal. El presidente sólo ha tenido que entonar la solidaridad debida y presentarse como el adalid de la unidad frente al terrorismo -simplemente con sacarse la foto junto a sus antagonistas políticos- para erigirse en el líder que nunca fue aun gozando de mayoría absoluta. Una imagen de falso estadista que por añadidura le sirve para correr un tupido velo sobre la contribución del PP -justamente del mismo Aznar que lo ungió a él como sucesor- a desestabilizar más Irak, clave para el colosal embrollo vigente. Aunque, a decir verdad, Rajoy ya tenía encaminada su reelección por una aparición mariana, en concreto de una virgen apellidada Mas a la que se había encomendado como garante de la sacrosanta indisolubilidad nacional cuando, paradójicamente, nadie ha coadyuvado como él no tanto a fomentar el soberanismo catalán -que también- como la insumisión a la España desabrida. Llámenme agorero, pero háganse a la idea de que queda inquilino de la Moncloa para otros cuatro años mínimo pese a la precarización del trabajador asalariado, el aumento de la brecha social por el empobrecimiento de las clases medias, la subida de impuestos para contradictoriamente debilitar los servicios públicos y la poda de las libertades individuales, todo aderezado por la financiación irregular de la sigla gubernamental. Un cúmulo de despropósitos que no tendrá en las urnas la sanción que merece, pues el PP repetirá como lista más votada con la incógnita de cuántos sufragios ajenos precisará para la investidura y la certeza de que Ciudadanos se los acabará prestando a un precio por determinar. Albricias, señor Rajoy, ese tuerto en un reino plagado de ciegos, sean elegibles o electores.