el futuro que en la década de los ochenta anticipaba aquel coche fantástico de nombre Kitt ya está aquí. La semana pasada un vehículo recorrió 599 kilómetros, entre Vigo y Madrid, sin conductor, de momento solo en los tramos de autovía. Quienes viajaron en él destacan la sensación de seguridad que transmite, sin un solo error, sin una infracción de tráfico, amoldándose en todo momento a la velocidad permitida, a la señalización y a las circunstancias del tráfico. Era la primera vez que la DGT autorizaba un viaje de pruebas de este prototipo desarrollado en Galicia, aunque ya desde hace tiempo vehículos similares se están probando en Francia y en Norteamérica, entre otros lugares.
Al parecer, todas las grandes marcas están apostando por los vehículos-robot y dicen que en tres años se podrían comercializar, aunque siempre con un conductor que pueda solventar cualquier incidencia. En la próxima década ya serían completamente autónomos y no necesitarían ninguna supervisión humana. El que circuló de Vigo a Madrid llevaba el maletero lleno de ordenadores, pero los constructores aseguran que pronto todo cabrá, a nada que progrese la investigación, en un habitáculo del tamaño de una caja de puros.
En ese mundo perfecto que se nos dibuja, si todos los coches fueran inteligentes desaparecerían los accidentes de tráfico, pero asusta pensar lo que supondría un futuro lleno de máquinas autómatas por las carreteras. En buena lógica, se verían afectados todos los empleos vinculados al sector: conductores de autobuses, taxistas, camioneros, transportistas... No harían falta autoescuelas ni aseguradoras. Puestos a elucubrar, ni siquiera serían necesarios los agentes de tráfico. ¿Es ciencia ficción? No sé. Yo creo que nunca se impondrán estos coches fantásticos. Y el argumento es irrefutable: si no pueden cometer infracciones de tráfico, no hay multas. Y sin multas no hay Estado que sobreviva. Al menos este.