cómo no comprender que Rajoy rehúya los debates polifónicos para no oficiar de capacico de los mandobles a diestra y siniestra, aferrado a la macroeconomía sin defensa para la corrupción interna, víctima de una imagen añeja y de su impericia en la distancia corta no tanto por una incapacidad dialéctica como por su deficiente comunicación no verbal por mor de sus muecas y rigidez de manos. Demasiado riesgo y ningún beneficio a la vista cuando las encuestas le son favorables porque Ciudadanos no le resta lo suficiente y pesca incluso más en el caladero socialista. A lo que agregar el detalle capital de que su votante tradicional no va a castigar la espantada, todo un drama porque lo que en cualquier democracia sería un escándalo aquí se queda en una gracia de barra de bar. En cualquier caso, tampoco se entiende esta sublimación de tanto debate mal concebido por su encorsetamiento, un pestiño audiovisual que no depara novedad alguna en tanto que pactado por los aparatos de los partidos. En vez de un reparto de minutos para tirar de argumentario, el electorado precisaría de encuentros con periodistas que justo pregunten lo que el candidato no quiere responder, por mucho que el político mediocre no asuma que un entrevistador severo encarna la oportunidad perfecta para persuadir al espectador, pues nada seduce más que la muestra de sagacidad tiznada de ironía. En sentido contrario, nuestros candidatos esquivan el interrogatorio incisivo para entregarse a besamanos en programas blancos, sentados en un confortable sofá o haciendo de aventureros por un día, a menudo cayendo en un ridículo soberano o en una incongruencia supina con el discurso que se propala. Un escapismo facilón que en verdad retrata a una ciudadanía que globamente considerada aún se caracteriza por una limitada cultura política cuatro décadas después de la muerte del dictador, con un comportamiento ante la urna por lo general demasiado maniqueo, cuando no maximalista, en tanto que más militante que crítico. Claro que mejor la fidelidad irracional que el cambio de voto por lo hercúleo del uno o el guitarreo del otro.