quienes llevamos largo tiempo cohabitando -que no compadreando- con los políticos nos convertimos indefectiblemente en cada cita electoral en objeto de consulta por parte de los cercanos indecisos, en mayor medida cuando la fragmentación alcanza el grado de estos comicios generales. Al margen de todo afán proselitista, la reflexión debiera partir de la premisa prepolítica de que un contribuyente jamás tendría que introducir en la urna la papeleta de un partido corrupto, por acción u omisión. Desde ese presupuesto de pura defensa ciudadana contra el latrocinio de lo público en nombre del interés general, el segundo paso de estricta lógica es el análisis de los pilares programáticos de cada sigla, no tanto para identificarnos con algunos como para reconocer aquellas prioridades que resultan incompatibles con nuestros valores y convicciones. Con toda humildad, sólo en tercera instancia debiéramos escudriñar las fortalezas de los candidatos, la congruencia antes que ninguna otra. Una coherencia que tiene necesariamente que soportarse en la honestidad, entendida como la analogía entre los principios que se proclaman y los que se encarnan en la vida digamos civil, pero también entre las promesas electorales y la praxis gubernamental en el supuesto de haber desempeñado funciones ejecutivas. Casi al mismo nivel habría que ponderar la cualificación de los aspirantes y singularmente si la remuneración a percibir en el cargo público va a superar con creces los emolumentos profesionales, en cuyo caso el apego a la poltrona sepultará a la ideología. Sin perjuicio de lo antedicho, resulta legítimo que el elector aún indeciso se acabe guiando por el voto útil, aquel que se deposita a la contra optando por la lista que puede privar del poder o del escaño a la formación que se detesta, si bien no hay sufragio más gratificante que el proactivo, el ejercido con convencimiento tras una comparación verdaderamente crítica. En sentido contrario, no cabe nada más absurdo que abstenerse si se abomina a la sigla que parte en teórica situación de ventaja. La pereza, en especial la intelectual, siempre fue aliada clave del favorito en las encuestas.
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