Sánchez se autoproclamó un presidente de las izquierdas a semejanza portuguesa, pero su prédica se tradujo en trigo sólo para su partido en forma de rectorado del Congreso -adviértase que para un lehendakari investido en su día por la derecha española- a cambio de que PP y Ciudadanos dispongan de mayoría de bloqueo en la Mesa de la Cámara. Tan formidable incongruencia le alejó aún más de Podemos y por tanto de Moncloa para solaz de Díaz, que manda en Andalucía merced a Ciudadanos y en el PSOE gracias al alineamiento con su persona de otros cinco presidentes autonómicos y porque su federación aporta la cuarta parte de los diputados socialistas, de hecho constituirían el quinto grupo parlamentario. Si lo tendrá crudo el compañero Sánchez que el comité federal del que depende le impide sentarse siquiera con Podemos si antes no renuncia al derecho de autodeterminación, un imposible porque Iglesias también se debe a su potente bloque catalán. Como para negociar con fuerzas directamente nacionalistas e independentistas, sin las que Sánchez tampoco podría acceder a la presidencia habida cuenta de que con Podemos e IU no le alcanza, además de que apelar a Ciudadanos se antoja una entelequia porque Rivera no se va a suicidar a las primeras de cambio en una operación contra la lista más votada que indignaría a sus electores procedentes del PP. Ante la evidencia de la fragilidad aritmética y en consecuencia política de Sánchez, Rajoy espera fumándose literalmente un puro a que se cueza en su propia salsa, la del socialismo más jacobino que aliñan también la Comisión Europea y el empresariado omnipotente. Con el argumento de que unos comicios inmediatos supondrían el sorpasso de Podemos al PSOE, el pretexto de los crecientes movimientos soberanistas en Catalunya y el señuelo de una reforma electoral para instaurar una segunda vuelta entre las dos siglas más votadas al estilo francés, el pago al socialismo por permitir tanto otra presidencia del PP como una legislatura completa. Un cerco insuperable para un Sánchez merecedor de un fado luso pero por iluso, por imaginarse presidente con noventa escaños.