con todo respeto a sus siete millones de votantes largos, el PP no debiera seguir en la Moncloa por higiene democrática, pues ninguna ideología puede amparar la corrupción ni financiarse con ella. Esta premisa prepolítica sólo podrá materializarse con un acuerdo sobre programa desde los parámetros de la regeneración institucional y la transparencia que le es propia, el reforzamiento de los pilares del Estado de Bienestar -con especial énfasis en la atención a la dependencia y la viabilidad de las pensiones públicas-, siempre en paralelo a una tributación progresiva y el combate sin cuartel del fraude fiscal, más el fomento de un empleo de calidad mediante la dinamización de una economía innovadora y productiva. Tal pacto requiere a su vez de un esfuerzo sustentado en la generosidad y la integración entre diferentes en aras al interés de la mayoría social al margen de a quien se vote, anteponiendo la estabilidad de ese eventual Gobierno a las canonjías a las que razonablemente puede aspirarse. En embrollos políticos de esta enjundia, lo mejor es enemigo de lo bueno, y eso vale también para los legítimos anhelos territoriales, obligados a modularse en pro de un acuerdo donde no caben maximalismos. Una actitud incompatible con nadar y guardar la ropa, con aparentar una voluntad de negociación mientras se urden argumentarios justificativos para verter sobre otros la responsabilidad de una repetición electoral. Dos no se entienden si ambos no quieren, y eso puede interpretarse con la absurda apuesta socialista por forjar en primera instancia un arreglo con Ciudadanos estéril por insuficiente aritméticamente sin el PP y con las exageradas condiciones de Podemos al PSOE por mucho que entre una y otra sigla medien escasos 340.000 votos. Las elecciones las carga el diablo y con nuevos comicios la gobernabilidad también precisaría de intrincados consensos transversales, con las mismas o más gravosas renuncias ideológicas y cesiones particulares que las que se ventilan en estas horas sólo aptas para políticos tan largos de vista como cortos de ambición personal. La esperanza es lo último que se pierde. Dicen.