asombra y hasta pasma la fe de los crédulos en la última ronda de consultas auspiciada por el monarca para el arbitrio de un Gobierno sobre la bocina y a la remanguillé, con la vana apelación a esa esperanza que nunca se pierde cuando en verdad jamás la hubo. Por la sencilla razón de que el PSOE pergeñó el pacto con Ciudadanos para atraer a Podemos mientras que su socio a quien pretendía invitar al sarao era al PP. Un imposible categórico una cosa y su contraria, para empezar porque Rajoy siempre tuvo clarinete que mejor no sentarse con nadie, en tanto que lo primero que se pondría sobre la mesa sería su propio pescuezo. Y para continuar porque para Podemos, que nació a la izquierda de la socialdemocracia, se antoja intragable cualquier consenso de fuste con el liberalismo edulcorado de Rivera, que se ha subido a los lomos de Sánchez para conseguir la notoriedad que no merecían sus 40 diputados y ahora ya anticipa que su acuerdo resulta papel mojado en cuanto se convoquen las elecciones. Llegados a este punto de histriónico cinismo, la cruda realidad es que Sánchez ha preferido conceder otra oportunidad a Rajoy, a ese que tildó de “indecente” por su tolerancia a la corrupción, que procurar su higiénico desalojo asumiendo la abstención del soberanismo catalán incluso contra el criterio de los barones del PSOE en atención a sus propios y legítimos intereses. Cierto que Sánchez ha ganado tiempo como líder orgánico hasta reeditar candidatura en junio, pero su sumisión al esencialismo jacobino de su partido no impedirá que la larga sombra de Díaz se materialice en contrincante a la Secretaría General del PSOE y además como favorita de las federaciones más potentes. Así se escribe la historia de esta farsa que precisamente por su impostura merece la sanción de las urnas de la que reniegan los nuevos paladines del despotismo ilustrado, del todo por el pueblo pero sin el pueblo incluyendo un apaño de Gobierno incongruente. En democracia no cabe por definición el miedo al voto, si acaso el pavor de quienes pueden extraviar el escaño sin cumplir ni medio año como señorías.
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