atenor de lo visto, escuchado y leído en los últimos tiempos sobre diferentes casos mediáticos ocurridos en Navarra, a uno le queda la sensación de que estamos en algo así como el salvaje Oeste informativo. El fenómeno no es nuevo -sobre todo en el ámbito de determinada prensa madrileña en general y la televisiva en particular- pero la irrupción de las redes sociales y algunos presuntos medios digitales lo han acrecentando. Hoy, quien más quien menos, tiene a su alcance un arma de difusión masiva de diferente calibre. Hay quien dispara desde Twitter con una cuenta falsa, quien aprieta el gatillo comunicativo parapetado tras una web, los que lanzan bombas de racimo vía WhatsApp... Un fuego cruzado en el que caen víctimas y verdugos a la vez. Una balacera mediática que posiblemente acabe matando la propia verdad. En principio es positivo que el monopolio empresarial y social de la información se haya roto y haya más voces. E incluso que la agenda cambie. Pero el precio quizá sea demasiado caro y el resultado ficticio, ya que el morbo, el sensacionalismo y el simplismo generan una cortina de humo tras la cual de nuevo el discurso único acaba campando a sus anchas tras una pantalla de pluralidad y libertad. Mientras tanto, los medios y periodistas modestos y honestos se ven desbordados por este tiroteo (en el que se dispara al mensajero, a la paloma de la paz o pagan justos por pecadores) hasta el punto de que -desorientados y apretados por la confusión entre la noticia como bien común o producto comercial- casi se asoman al abismo de la renuncia de los principios éticos de una hermosa profesión y garantía de la democracia. El papel no debería perder los papeles. No es fácil. Hay mucho cazarrecompensas del clic y retuit fácil. Demasiado pistolero digital suelto a sueldo. Bastantes traficantes de noticias y numerosos kalashnikovs noticieros en manos de fundamentalistas de la intoxicación de toda la vida. A estas alturas prefiero el sistema europeo de licencias de armas (restringido y corporativo) a la barra libre americana. Intentaremos morir con las botas puestas sin hacer el indio. Bueno, bien pensado, los indios tenían razón, aunque también perdían siempre...