Nos hemos acostumbrado a mirar de lejos a los políticos en lugar de observarles de cerca, y desde esa distancia vamos pasando sin darnos cuenta de la exigencia a la indiferencia, al lugar que seguramente algunos de ellos prefieren para nosotros para así poder actuar sin ser vistos. Y ese no mirar lo que realmente tenemos que ver, o no ver lo que miramos, ha hecho que la corrupción y la desvergüenza se sentaran donde debería estar la ética y el actuar por el bien común. No se puede generalizar, es verdad, y cada vez menos, porque desde un tiempo a esta parte la política, por suerte, ha cambiado, y algunas de las personas que ya están en ella son mucho más cercanas a nosotros. Cuando digo cercanas, me refiero a que viven en nuestra misma sociedad y en ella también sufren algunos de los problemas que tienen que tratar de solucionar. El político cercano puede ser más de izquierda o menos, más del centro o de derecha según quien sea el ciudadano o ciudadana que lo mire. Debería ser una exigencia que quienes se dediquen a la política no sean privilegiados de una clase superior sino simplemente personas comprometidas que en un momento de sus vidas dejan su ocupación habitual para dedicarse a una labor de servicio público. Dicho así suena bien, pero la melodía desentona a menudo. Todos ellos y ellas son personas antes que políticos y por tanto les puede apetecer comprar en el Primark o caer en la tentación de pillar un CD en un top manta, cosas que cualquiera podemos hacer. Pero claro, ellos no son cualquiera. Justificar que para adquirir la ropa casi más barata del mercado Soraya Sáenz de Santamaría aparque su coche oficial en el carril bus de una céntrica calle de Madrid eso ya es otra cosa y lo que es peor, que alguien de su partido, Esperanza Aguirre, salga en su ayuda tapando su acción diciendo que con el sueldo de un político no da para mucho más que para comprar en tiendas de low cost (lo dice ella que hace unos años se lamentaba de que no llegaba a final de mes). Suena a chiste, pero sin gracia, como una bofetada a la sociedad. Cobran más de 80.000 euros al año, unos 7.000 euros al mes, aparte de dietas y otros gastos cubiertos. Mejor que se dediquen a otra cosa, ganaremos todos.