Andan los gurús de la comunicación dándole vueltas a lo sucedido con Trump en EEUU y acuñando un nuevo concepto: la “post-verdad”. Realmente no hace falta ni irse tan lejos (en nuestra querida Navarra se podrían citar varios ejemplos) ni ser tan originales para hablar de mentiras que se crean y se difunden. Solo que ahora esto es imparable por dos razones. La primera, que las redes sociales -sin botón de vuelta atrás- tienen un efecto viral de progresión geométrica sin precedentes. La segunda, que pese a la mala fama que tenemos los periodistas de manipular la realidad, resulta que ahora simplemente basta con inventársela y ponerla en estas autopistas de la comunicación donde ya no está el factor humano como intermediario y garante de un mínimo de veracidad, sino unos algoritmos y enormes computadoras que definen lo que aparece en los buscadores y en los muros u otras pantallas, normalmente retroalimentando gustos y tendencias con lo que las cabezas, lejos de abrirse, se cierran endogámicamente: escuchamos, leemos y vemos lo que esperamos mirar, leer y oír. Autopistas de la comunicación, que no de la información. Porque ahí está la clave. No es lo mismo informar (mejor o peor) que comunicar. En lo primero hay ciertos atisbos o aspiración de la veracidad y en lo otro, el producto es lo de menos, lo determinante es el canal. Y resulta que los grandes altavoces de la supuesta libertad de expresión el siglo XXI no son empresas de información a las que se les puede exigir un mínimo compromiso profesional con la verdad como bien común, sino multinacionales cuya prioridad es ganar dinero y recabar de paso datos de los ilusos peces que nadan en su gran pecera global pensando que están en mar abierto. La prensa y los medios de comunicación tradicionales son (somos) en parte responsables de su propio desprestigio. Pero también algunos ya han reaccionado jugando en el nuevo terreno como Le Monde que ha anunciado un sistema informático para detectar noticias falsas en la red. No sé en qué quedará, pero como me sucede cuando voy a pagar el peaje, en la caja de un supermercado o en un parking siempre hay que procurar acercase a las ventanillas en la que hay una persona en vez de una máquina. Con el periodismo pasa lo mismo.
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