que la vivienda es un derecho y por tanto no puede convertirse en un mero negocio es una frase hecha que de vez en cuando conviene recordar. Nos hemos acostumbrado tristemente a que la vivienda sea un lujo que se compra hipotecándote la vida asumiendo que desde ese momento tu casa es del banco y tu trabajas no para vivir, sino para poder pagar un sitio donde vivir, aunque luego te quedes sin recursos para el resto de la vida y la precariedad se asiente a tu lado junto a la hipoteca. Y entonces es como si dejas de soñar, porque solo sueñas con pagarla. Eso con suerte, porque muchas personas nunca podrán acceder a ese sueño y otras familias sufren la pesadilla de malvivir hacinadas en una única habitación. Y eso sucede aquí al lado, en nuestra ciudad. El llamado boom inmobiliario, donde la demanda justificaba una oferta por las nubes, permitió todo tipo de abusos: desde la pura especulación y corrupción a precios muy por encima de su valor real -hoy devaluados- o préstamos imposibles de afrontar una vez que llegó la crisis con el desempleo masivo y que han acabado en desahucios o amenaza de ello. Y en medio de todo, las llamadas cláusulas suelo a las que muchas personas se vieron encadenadas quizás por no saber demasiado qué era aquello que escondía la letra pequeña del contrato, pero sobre todo, por la exigencia de algunos bancos a pasar por el aro y casi besar el suelo de la sucursal si querías ver tu sueño hecho realidad. Ahora, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dictado una sentencia que obliga a los bancos españoles a devolver todo lo que cobraron de más por estas cláusulas abusivas que padecieron unos dos millones de personas, clientes de la banca que pagaron entre 3.000 y 6.000 euros extras en intereses por culpa de estas premisas contractuales que establecían un mínimo a pagar en las cuotas de la hipoteca aunque los intereses acordados estuvieran por debajo. El truco era que la banca siempre ganaba... Pero ahora tienen la obligación de devolver ese dinero y tendrán que hacerlo, por mucho que se resistan, igual que sus clientes pagan sus hipotecas o se quedan sin casa. Y eso no es un golpe para el sector bancario, es un alivio para los ciudadanos que recuperarán lo que nunca deberían haber perdido.
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