aznar nunca alumbrará otro partido porque la alineación de la derecha bajo una única sigla es una creación suya y su mastodóntico narcisismo jamás le permitiría derruir tamaña obra. Sin embargo, ahí radica precisamente su distanciamiento sideral con la actual diligencia del PP, a la que considera en deuda perpetua con su magna persona cuando, en sentido contrario a la pleitesía que entiende merecer, no sólo no sigue al dictado sus instrucciones sino que no le exime públicamente de toda responsabilidad en la financiación irregular del partido durante lustros, como si tal cosa fuera posible. Un desprecio dispensado para más inri por el mismo Rajoy al que Aznar ungió digitalmente como sucesor y al que, ante la improcedencia de revelar las razones estrictamente personales de su enojo, reprende por la en efecto contradictoria subida de impuestos, la a su juicio acomplejada visión del PP respecto a Catalunya o la claudicación ante Ciudadanos, marca a la que con su proverbial egolatría hubiera aplastado en escasos quince minutos de rueda de prensa, o eso cree él. En suma, que Aznar renuncia a la presidencia de honor del PP por su evidente falta de ascendente, no tanto por matices programáticos. Esa vana apelación a las ideas cuando en el fondo se trata del poder, ejercido directamente o mediante una influencia efectiva, también resulta imputable a la gestora del PSOE, cuyos plazos para poner al partido en hora vienen determinados por los intereses de Díaz en su conquista de la secretaría general. Al margen de que, si la ideología prevaleciese en el socialismo español, de qué hubiera mancillado su credo y su historia con el indulto político al PP invistiendo a su fétido candidato, por mucho que intente condicionar la ejecutoria de Rajoy. Podemos es pasto asimismo de un debate falsamente doctrinal, como lo prueba la indisoluble ligazón que Iglesias establece entre los contenidos y su continuidad como referente máximo del movimiento, achicando el espacio a un Errejón sepultado por semejante órdago plebiscitario. Y lo mismo vale para Ciudadanos ante el cesarismo creciente de Rivera, que ha agudizado el hiperliderazgo inherente a todo proyecto pretendidamente centrista, más si se hace del jacobinismo la seña de identidad, hasta estigmatizar a cualquier conmilitón que ose asomar la testa. Así -de mal- está la política patria, una hoguera de vanidades en la que arde la ciudadanía.
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