La reciente acción de dos activistas intentando traer en una autocaravana a ocho refugiados desde Grecia y sus argumentaciones basadas en una “obligación moral” de intervenir en favor de los Derechos Humanos por encima de la legislación y las decisiones de los gobiernos, ha vuelto a llevar a las portadas de los periódicos un asunto candente de gran calado político (está en juego la propia concepción de qué es Europa) y humanitario, ya que se nos olvida -y más en estas fechas- la dramática situación en la que se encuentran miles de personas a escasos kilómetros de aquí. Pero sobre todo ha puesto sobre la mesa un tema más profundo y universal sobre cuya piedra de toque habría que analizar los diversos posicionamientos individuales y colectivos de entidades e instituciones: la relación entre la ley y la ética (o la moral); entre los fines y los medios; y, en el fondo, la propia manera de entender la democracia. Una interpretación restrictiva de la misma nos lleva a equipararla con el cumplimiento de la ley, el orden, la autoridad... El nuevo ministro Zoido no ha podido describirlo mejor recientemente, -hablando de otro caso- al citar el “inexpugnable imperio de la ley”. Otros apelan a que “caiga todo el peso de la ley...” obviando una visión garantista de ella. Fórmulas diversas que encarnan una moral de la “obediencia” más que una moral de la “responsabilidad”, que restringen la política a técnica sin ética. Ésta exigiría una decisión consciente, responsable y solidaria del sujeto, que debe atenerse a las consecuencias. Pero también un impulso a la democracia participativa que supere una visión formal e institucional. Se trata de rescatar “el impulso de la utopía hacia una renovación constante, a una crítica y superación de lo ya dado”, como escribía en este periódico el teólogo Guillermo Múgica. Sin unas normas comunes no hay convivencia posible, pero las leyes se pueden y deben cambiar precisamente en un ejercicio democrático siempre, eso sí, que los medios sean pacíficos y los fines basados en el bien común, los derechos humanos y la dignidad de las personas. “Obedecemos a los derechos humanos no a gobiernos que no los respetan”, explicaban los dos activistas. Difícil no compartir su causa... La objeción de conciencia genera problemas para unos, pero abre caminos para todos. Si no hubiera habido insumisos, nuestros jóvenes hoy irían a la mili.
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