en apenas unas horas, el mundo pretendidamente libre tendrá nuevo gerifalte en ejercicio, un ególatra faltón cuya ideología base es el parné. Un provocador de riñón recubierto, tanto que amasa una fortuna de 3.700 millones de dólares -aun con débitos de 1.130, según Forbes-, cuya fanfarronería ha alcanzado su cénit tras ganarse en las urnas el mismísimo despacho oval en contra de la opinión publicada y de influyentes segmentos de su propio partido republicano. Así que la primera economía del planeta queda al albur desde este viernes del estilo pendenciero del sheriff Trump, el mismo que llama “gente enferma” a todo el que osa contradecirle -incluidos unos periodistas a los que acalla e insulta-, desprecia a las minorías levantando muros físicos y reforzando los burocráticos, delega sólo formalmente en sus hijos la gestión de su vasto imperio abonando los conflictos de intereses y loa sin recato a su estrafalario alter ego Putin -una alianza explosiva para las relaciones internacionales- cuando los propios servicios de inteligencia yanquis han acreditado las ciberfiltraciones mendaces de Rusia en contra de Clinton para decantar las elecciones. De semejante encarnación del esperpento han emanado unos nombramientos que constituyen una colosal antología del disparate, pues el fiscal general simpatiza con el Ku Klux Klan, el responsable de la Agencia de Protección Ambiental considera el calentamiento global una filfa, el secretario del Trabajo se proclama un fan de las máquinas porque no cogen vacaciones ni cobran horas extra y el secretario de Salud está por el recorte de la cobertura sanitaria y por la desregulación del mercado de seguros médicos privados. Aunque Trump difumine por ahora lo antedicho con el señuelo de la vigorización del empleo mediante severos gravámenes a las empresas que se planteen derivar producción al extranjero, lo excéntrico del personaje augura que como presidente emulará al acreedor que fue en 1990 de un Razzie Award -premio al peor actor de reparto- por un cameo de sí mismo en una película infame. Ante la irremediable evidencia de que el histrionismo anegará la Casa Blanca, al menos queda el consuelo de que el potentado del patético tupé dorado es abstemio.