ya quedan lejos las fiestas del verano, pero aún son noticia de vez en cuando. No es novedad plantear cambios en las fechas, pero ahora es como si hubiera una especie de epidemia que se extiende por nuestros pueblos. Parece que nadie quiere las fiestas en septiembre y aquí y allá se piden consultas populares para adelantarlas. En Sangüesa van a votar a finales de mes, en Olite andan buscando fechas alternativas y votarán seguramente en febrero, y en Andosilla el vecindario ha empezado ya a recoger firmas. En Altsasu ya votaron y decidieron mantenerlas por la Cruz, aunque modificando el calendario para pillar el fin de semana. En Zizur también votaron y cerca del 80% optó por adelantarlas, aunque finalmente no se hizo porque el Ayuntamiento estableció una participación mínima del 15% que no se alcanzó por poco. Es cierto que las fechas tradicionales de las fiestas se fijaron un día en función del calendario agrícola, pero ya no sirven en una sociedad cada vez más urbanizada, incluso en los pueblos. En septiembre, quien más quien menos ha terminado las vacaciones y la chavalería ha empezado el curso. Compaginar la vuelta al cole con las fiestas supone un inconveniente.

Está bien que el vecindario decida sobre sus fiestas. Lo que llama la atención es que esto sea casi lo único que se somete a consultas ciudadanas. Las fechas, pero también si hay o no vaquillas, quién lanza el cohete o cuál es el mejor cartel. Al margen, claro, de las cada vez más numerosas consultas en los procesos de presupuestos participativos, hasta el momento con escasa respuesta ciudadana en general, seguramente por la falta de costumbre. En todo caso, entre las fiestas y los presupuestos cada vez se vota en más sitios y eso está bien. Que la ciudadanía pueda decidir sobre cualquier cosa, y más en el ámbito municipal, donde más cerca están los problemas, pero también las soluciones. Votemos.