Una ctriz de Hollywood mestiza y divorciada, educada en un colegio católico, ya oficia de esposa de un hijo del próximo rey británico, blanco y anglicano. Esa es la sinopsis de la boda entre Meghan Markle y el príncipe Enrique, un fastuoso spot de televisión con audiencia planetaria mediante el que la figura de la Monarquía se legitima vulgarizándose -colosal paradoja-, inyectando por añadidura en la economía británica 90 millones de euros y difuminando las tensiones internas por el brexit. Más allá de que la Corona británica salga reforzada, pues incorpora un referente atractivo para la juventud -con dos millones de seguidores en Instagram- frente a una reina nonagenaria, el enlace exuda una enorme carga antidemocrática al mancillar el principio de equidad y por partida doble. Para empezar, entre la propia pareja en tanto que se actualiza -y con un impacto bárbaro tratándose la desposada de una ciudadana estadounidense- la leyenda del príncipe azul que rescata de su anodina realidad a una joven necesitada de protección, en este caso además con una movilidad social máxima ya que los antepasados de Markle fueron esclavos del algodón. Al margen de tan casposo mensaje en la era del levantamiento feminista, la propia perpetuación del derecho de cuna real resulta una afrenta al irrefutable fundamento cívico de la igualdad. Un escarnio representado particularmente por la Monarquía británica, cuya riqueza supera los 450 millones de euros fruto del privilegio mientras sus varones burlan su única servidumbre, la de emparejarse no con las súbditas que elijan sino con otras personas de su regia condición como requisito para mantener las prebendas dinásticas. Ese cortesanismo, vigorizado en Windsor con la pompa de las carrozas y el negocio del merchandising, se halla plenamente acendrado en las instituciones españolas. Para muestras el caso Nóos, en el que el fiscal ejerció de abogado defensor de la infanta Cristina, o la sempiterna opacidad de las cuentas de la Zarzuela. Y en la actualidad la omisión durante tres años ya del Centro de Investigaciones Sociológicas, que continúa sin preguntar por la jefatura del Estado mientras se niega sistemáticamente la posibilidad del refrendo en las urnas de una institución que se blindó ligándola a la superación de la dictadura bajo el formato de Monarquía Parlamentaria. El papanatismo plebeyo que no cesa. Ni cesará.