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Periodismo y democracia

por si no corrieran tiempos suficientemente convulsos para el periodismo profesional basado en el rigor y en el contraste, azotado por la hemorragia de presunta información en las redes sociales y por la política travestida en propaganda a tiempo completo, un juez mallorquín decreta con el beneplácito de la Fiscalía la requisa de teléfonos móviles y ordenadores a periodistas para rastrear una filtración sobre un caso de Policía putrefacta. Semejante arbitrariedad no debería quedar impune tras la admisión de la pertinente querella por prevaricación, pues vulnera el secreto profesional consagrado en el artículo 20 de la Constitución, garantía del derecho de la ciudadanía a una información veraz en tanto que rectamente obtenida y difundida. Y asimismo salvaguardia de la capital función de control de los poderes públicos, más ante la necrosis ética de unos partidos incapaces por sí mismos de depurar responsabilidades y ante la obscena politización de los estratos superiores de la Justicia. Hasta el extremo de que ninguno de los profusos episodios de corrupción recientes hubiera aflorado sin el concurso de fuentes informativas solventes, las que determinan el crédito de un periodista junto con la impronta deontológica y la talla intelectual. Así que no cabe una democracia saneada sin periodismo serio que ejerza una doble labor de faro, arrojando luz con el manejo de datos y argumentos, y de filtro, refutando las mentiras que circulan a una velocidad y con una penetración desconocidas antes de la vigente era digital. Esa formidable tarea precisa del anonimato de las fuentes informativas, cuya confidencialidad no puede socavarse judicialmente so pena de abonar las malas prácticas de los trileros y cuatreros anidantes en instituciones de índole diversa. Como también necesita de una mayor concienciación ciudadana para sobreponerse a la perversa dinámica de los poderes fácticos que anteponen la sociedad de la distracción, en el doble sentido de entretenimiento y de despiste colectivos, a la del conocimiento cimentada en la formación y la información. En la misma línea, la audiencia en su globalidad debe interiorizar que sin rentabilidad suficiente difícilmente concurre la independencia plena. Por eso el periodismo crítico que forja una opinión pública fundamentada mediante contenidos de calidad resulta de todo punto incompatible con la gratuidad.