Supe del valor del cobre cuando era niño. En aquellos tiempos, que diría el evangelista, el teléfono estaba llegando a todos los hogares. Imagino que en el proceso de modernizar las redes, los operarios trabajaban en los cajetines que instalaban en las paredes de las casas. Al terminar la jornada, esa actividad dejaba un rastro de trocitos de cable de colores como si fuera el confeti residual de una fiesta.
Solo que ahí, cubierto por un fino plástico, asomaba el hilo de cobre. No recuerdo cómo ni por qué alguien conoció que ahí había un negocio en ciernes. Sí recuerdo el para qué: tendríamos dinero para los gastos del zurracapote de fiestas. Así que detectado el lugar de operaciones, recogíamos velozmente los restos, que también eran pretendidos por otra cuadrilla. No digo que en alguna de esas ekintzas desapareciera una reserva olvidada de cableado intacto, pero a esa edad el delito solo era cosa de los mayores o de quinquis entronizados por el franquismo como el Lute. La segunda parte del operativo tenía que ver con la liquidación del material.
No había que ir demasiado lejos: el mercado negro –por darle al relato un tono canalla–, estaba en el pueblo. Antes de cerrar el negocio, llevábamos el género pesado al gramo, porque el precio de la mercancía fluctuaba, según días, como los valores de la bolsa o el conocimiento que el receptor tuviera de nosotros o de nuestras familias. Pero, a fin de cuentas, solo era un entretenimiento más de aquellos interminables veranos.
Ahora, el cobre es un oscuro objeto de deseo y hasta un elemento cuya sustracción mete en aprietos al Gobierno, como ha ocurrido con el robo que ha paralizado la línea del AVE entre Madrid y Sevilla. En este caso, han sido más las molestias causadas que el dinero que puede suponer el fruto del hurto para los autores, que rondará los mil euros. Lo cierto es que en 2024 hubo 4.433 robos de cableado de cobre y materiales conductores, un 87% más que el año anterior. En el contexto de Navarra hay que recordar que el pasado mes de marzo fueron detenidas dos personas con más de 2.300 kilos en su poder. Así está la cosa. Ciertamente, ha dejado de ser un juego de niños.