Finalizada ya la ola de calor de estas últimas semanas podemos afirmar que está a la altura de las más extremas desde que hay registros. A nivel estatal muy especialmente hay que destacar las temperaturas del domingo 17 donde en todas las comunidades, a excepción de las islas y de Galicia y Asturias, se llegó a los 40°C en al menos una estación y, en muchas, fueron decenas de registros por encima o muy por encima. En Navarra la ola de calor supera a la de 2003 en buena parte del centro de Navarra en cuanto a registros alcanzados de temperatura y también rebasa claramente en duración a la de agosto de 2012, la de finales de junio de 2019, a las de junio y julio de 2022 y a la de agosto de 2023. También culmina un periodo de temperaturas nocturnas anormalmente altas: 9 de cada 10 noches desde principios de junio han estado por encima del promedio climatológico. Aunque sin duda, y una vez más, lo más llamativo es la persistencia de una masa de aire subtropical excesivamente caldeada y que ocupa los primeros miles de metros de la atmósfera y una extensión de millones de kilómetros cuadrados desde el Atlántico hasta Centroeuropa. Esto podemos observarlo en los termómetros de estaciones que se encuentran situadas a cierta altitud así como en otros análisis que realizan los centros que estudian el clima. La verdad es que estas tendencias y las temperaturas alcanzadas no deberían sorprender a nadie que haya seguido las conclusiones de informes y trabajos científicos de los últimos años ya que ya no hay duda alguna de que el lugar del planeta en el que las olas de calor se extreman más es en el sur y el oeste del continente europeo.
Todos estos factores sumados a dos periodos, uno extraordinariamente húmedo entre finales de enero y mayo en muchas partes de la Península, y otro muy seco desde entonces, con esas temperaturas mínimas tan elevadas, están detrás de un riesgo de incendios que se ha magnificado desde los primeros días de este mes. Otro hecho interesante es la generalización de intensidades de propagación del fuego: Son muchos incendios del oeste peninsular los que, en alguna fase, han conseguido quemar más de 1.000 hectáreas por hora. Aparte de una gran disponibilidad del combustible vegetal que arde, consiguen hacerlo por cómo los frentes de llama y la capacidad de desprender calor y vapor de agua se acoplan con las corrientes verticales del aire en la atmósfera, generando en ocasiones nubes de miles de metros de desarrollo vertical. Aún hay que investigar si en los incendios de los últimos días este mecanismo ha seguido operando durante los periodos nocturnos, cuando normalmente la propagación de los incendios se ralentiza, porque esto es algo que empieza a cambiar según lo que han observado algunos grupos en otras partes del mundo.
Vista la aceleración del calentamiento, el cambio en los patrones de lluvias y otras alteraciones climáticas todas estas condiciones van sin duda a agravarse en los próximos años; algunos científicos ya advierten de que los llamados incendios de sexta generación serán capaces de arrasar no ya con miles, sino con decenas de miles de hectáreas en uno o pocos días. Estos comportamientos ya se están viendo a lo largo de esta década por muchos rincones, en lugares como Australia, Chile o Canadá. Los bosques de la Zona Media y Prepirineo de Navarra pueden ser candidatos ideales y que ocurra aquí o en otra zona cercana será ya solo cuestión de suerte y de tiempo.
Es ciertamente una pena que los debates públicos en ciertos medios de comunicación o redes sociales giren en torno a las clásicas disputas políticas después de los desastres, a echarse el fango de una insuficiente asignación de recursos de extinción o a centrarse la intencionalidad de las igniciones. Estos son sin duda aspectos importantes, junto a la más que necesaria gestión territorial y prevención forestal, pero probablemente lo más importante ahora es asumir esta nueva realidad climática, la necesaria adaptación que llevarán a cabo los paisajes y masas vegetales al fuego y a las nuevas condiciones y, sobre todo, dotar a los municipios e infraestructuras que se encuentran en las zonas de mayor riesgo de ayuda y herramientas para autoprotegerse. Esto incluye especialmente que los ayuntamientos dispongan de una planificación y organización en acciones concretas y efectivas, que informen y entrenen a la población para la propia autoprotección individual y se provean de sistemas eficaces de seguimiento del riesgo de incendio a tiempo real.
Si, como han anunciado, los dirigentes se creen realmente la emergencia climática y consiguen un pacto a alto nivel para destinar más recursos a la adaptación, preparación y protección deberán demostrarlo priorizando sus agendas y transversalizando las medidas a tomar, sobre todo, en el nivel territorial.
El autor es miembro de Fundación Clima-Klima Fundazioa