Estamos ante un momento excepcional, ante el mayor incendio colectivo que se ha vivido en España, en la Península Ibérica, en Europa...

Un incendio que afecta de forma directa y exclusiva al mundo rural, y de forma menos directa a la sociedad en general.

Un incendio que en sus resultados coincide sospechosamente con los objetivos “silenciosos” que para el mundo agro-ganadero persigue en Europa la Agenda 2030 y que tratan de imponérnoslos con calzador.

Un incendio forjado a base de años de prohibiciones en los ámbitos agrícolas y forestales, a base de no limpiar, a base de alejar el ganado con sus efectos desbrozadores, a base de ceder ante la imposición de otros modelos de cultivos.

Un incendio que pone en evidencia que la política forestal y la política agrícola y ganadera son temas demasiado serios e importantes como para dejarlos en manos de la clase política.

Un incendio que ha venido a coincidir con el concurso de “a ver qué presidente, qué rey o qué líder político aguanta más tiempo de vacaciones sin inmutarse ante los efectos de las llamas”.

Un incendio en el que la clase política, a derecha e izquierda, lo exhibe como arma de beneficio político, a la vez que se olvidan que hay personas que están muriendo, que hay gente que pierde casas, animales y tierras. La experiencia les dice que el pueblo olvida rápido y que se les va a seguir votando.

Un incendio que parece haberse cebado con aquellas comunidades autónomas de determinado color político y que, en consecuencia, siembra dudas en algunos sectores. Confiamos que esto solo sea una elucubración de mentes malpensantes y que la realidad sea que ningún miserable esté jugando a provocar “malas gestiones”.

Un incendio que parece, también, diseñado para ensalzar la labor de la UME en primera línea informativa y de los bomberos en segunda línea, a la vez que se silencia o se minimiza la labor de los agricultores.

Un incendio que sirve para recordarnos una y otra vez que se ha movilizado a 4.000 militares pero nada se dice de los 107.000 militares restantes (una vez descontados los 5.000 que están en “misiones” en otros países), que muy bien podían estar sustituyendo a ese otro “ejército” de voluntarios que lo están dando todos por defender sus casas, sus campos y sus vidas.

Un incendio en el que el pueblo vuelve a salvar al pueblo, y en el que mientras tanto la clase política atiende otro tipo de fuegos ajenos al interés general.

Un incendio en el que en algunos lugares, como Navarra, y en un alarde de ignorancia política, se ha dado pie a que se llegue a prohibir el movimiento de la maquinaria agrícola, sin darse cuenta de que en ese momento, más que en ningún otro, es fundamental labrar la tierra, hacer cortafuegos y abrir paso a la maquinaria de bomberos y UME.

Un incendio con el que se sube a los altares la idea del calentamiento global mientras se disimula informativamente que ya hay más de 30 pirómanos detenidos. No olvidemos que el calentamiento global no enciende bosques y que, a su vez, la falta de gestión los hace inapagables.

Un incendio que, por repetitivo cada verano, viene a recordarnos que la Administración, una vez que se apaga el fuego informativo se olvida totalmente de las inversiones anunciadas y de los planes preventivos. El verano que viene ya lo volverán a prometer.

Un incendio que, desde la desgracia y la ruina, proclama y grita a los cuatro vientos que las formas de trabajo tradicionales (ganadería en extensivo, tierra labrada, quema controlada de pastos, etcétera) es lo correcto.

Un incendio que busca acabar con el campo y la agricultura para dejar vía libre a otros comercios que van a enriquecer los bolsillos de aquellos que ahora aguantan de vacaciones sin inmutarse. Duele ver cómo se arrancan ahora los olivos o cómo las ovejas andan por encima de las placas solares. Y aún duele más ver cómo se les abre las puertas comerciales a empresas de renovables beneficiadas por cambios legislativos como los de 2015 que les permiten usar terrenos quemados para proyectos de “supuesta utilidad pública”.

Un incendio que nos está diciendo, con rotundidad y claridad, que si no somos capaces de reaccionar, de contestar, de movilizarnos, de incomodar a los cómodos… significaría que la batalla, y la guerra, ya la damos por perdida.

Un incendio que nos dice que si nos conformamos, que si les reímos las gracias a lo que se están riendo de la memoria de nuestros antepasados, de sus formas de trabajo (las mismas que nos han aportado riqueza durante siglos)… es prueba evidente de que estamos muertos en vida, o cuanto menos de que no somos dignos de nuestras raíces ni de nuestra sangre.

Un incendio, en definitiva, que nos calienta y que nos quema.

El autor es presidente de Semilla y Belarra (Asociación de Agricultores/as y Ganaderos/as de Navarra / Nafarroa)