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Problemas de convivencia

sin cumplir la tercera semana, el matrimonio entre UPN-PP y Ciudadanos ofrece señales de inadaptación a la convivencia. Nada de extrañar entre dos perfiles teóricamente incompatibles en un asunto tan troncal como lo es la concepción del autogobierno. UPN nació, o al menos así nos lo transmitieron, para defender el régimen foral. El paso del tiempo ha demostrado que esa reivindicación no era tan firme y que se doblegaba con facilidad a los intereses de Madrid. No hay más que repasar la penosa negociación que hacía en torno a la aportación de Navarra al Estado, que nos ha costado decenas de millones de euros. Pero su discurso no ofrecía dudas. UPN, que siempre ha procurado disponer de buenas encuestas, sabe que si algo concita un amplísimo consenso en una comunidad tan plural como la nuestra es el autogobierno, de ahí que en esta cuestión históricamente haya mantenido las apariencias y haya puesto pie en pared.

El reciente apaño electoral con Ciudadanos ha roto, sin embargo, ese consenso. Los prohombres de Albert Rivera tienen claro que lo que se juegan en Navarra es calderilla y parece más que evidente que no van a cejar en su empeño de tratar de derribar la singular relación de la Comunidad Foral con el Estado. Un día la tildan de oscurantismo, otro de privilegio y a menudo amenazan con cargársela el día que tengan votos para hacerlo.

Ante las bravuconadas de los de naranja, la respuesta de UPN ha sido la tibieza o el silencio. Y seguramente así lo seguirá siendo hasta las elecciones forales, porque el arriesgado acuerdo no admite ahora la marcha atrás. Otra cosa será cómo se gestiona este revoltijo en el grupo parlamentario que formen a partir del 26 de mayo. De momento, y para que la juerga sea completa, el PP y Ciudadanos siguen a la greña. Mientras Esparza, principal impulsor de este tótum revolútum, cruza los dedos consciente de que si no recupera el Gobierno, su futuro en política no tendrá mucho más recorrido.