La cumbre del clima ha ensordecido un género periodístico propio de estas fechas: las negras predicciones para el año entrante. La llegada del milenio disparó las especulaciones y no ha habido en este siglo XXI película, libro o documental que no pusiera el énfasis en los cuatro días que le quedan al planeta antes de reventar. Recuerdo por su despliegue el año 2012, con un filme de éxito y aquella fecha del 21 de diciembre del calendario maya como límite para la supervivencia de la humanidad. Ha habido otras predicciones también sonadas como la supuesta caída de un asteroide con un diámetro de más de 800 metros en 2008, el Armagedón de Nostradamus en 2009 o una posible colisión con el asteroide 2005 YU55 en 2011. Pero después de atender a los científicos que pasaron por Madrid, desmenuzar los efectos de la emisión de gases, el imparable incremento de la temperatura, el deshielo de los polos, el aumento del nivel de los mares, el mapa de las zonas urbanas anegadas por las aguas, con todos estos datos basados en análisis rigurosos, ya no hace falta jugar a la ciencia ficción: el apocalipsis está más cerca (emergencia climática le llaman...).

Pero también 2020 tiene sus agoreros. El físico y matemático Isaac Newton (1643-1727) calculó que el fin del mundo sobrevendría en este año que ahora comienza. Lo hizo basándose en las predicciones de san Juan el Divino. Ahí queda eso. Aunque el sabio inglés jugaba con dos barajas, ya que en otro estudio sobre un fragmento de la Biblia, en concreto del libro de Daniel, vaticinó que el mundo se acabaría 1.260 años después de la refundación del Sacro Imperio Romano llevada a cabo por Carlomagno, es decir, en el año 2060 de nuestra era.

Quizá por esa sensación tan propia de la noche del 31 de diciembre de que todo se acaba, son muchos los que encaran ese traslado al nuevo año como si no hubiera un mañana; y se bebe, se abraza y se baila en un derroche de emociones. ¡¡Viva 2020!! ¿Viva?