Escarbando en las sombras del franquismo, Sabino Cuadra exponía el lunes en las páginas de Opinión el currículum y la hoja de servicios de Rodolfo Martín Villa, uno de los más claros exponentes de cómo relevantes personajes del régimen dictatorial hicieron el tránsito (no confundir con Transición ) tras la muerte del general sin rendir cuentas de sus responsabilidades. Difícil encontrar un caso semejante que pueda competir con él en cargos políticos desempeñados, altos puestos en la dirección de empresas y receptor de medallas y honores. Tampoco en el listado de delitos cometidos durante su mandato como ministro y por los que le ha llamado a declarar la juez argentina María Servini. Quien más se le puede aproximar, por distinciones y leyenda negra, es el inspector de Policía Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño.

El Congreso ha decidido no publicar la hoja de servicios de quien pasa por ser uno de los más feroces torturadores en las dependencias de la Dirección General de Seguridad. No importa, hay publicaciones en la red que detallan todas sus tropelías. Pero resulta escandalosa esa protección que siguen recibiendo sujetos con tan largo historial de delitos contra los Derechos Humanos, con víctimas que pueden testificar sobre las palizas en los sótanos de la Puerta del Sol, con hechos que deben ser esclarecidos si nos creemos lo de la Memoria Histórica.

Una serie de la televisión pública como Cuéntame puso su grano de arena para que miles de telespectadores supieran como las gastaba en los calabozos Billy el Niño (por cierto, la fisonomía del personaje en la serie es clavada a la de Santiago Abascal, aunque el capítulo referido es de 2007). "Esta vez has tenido suerte", le dice el inspector al detenido antes de que le quiten las esposas tras un duro interrogatorio. El policía, a quien también se le implicó en la guerra sucia contra ETA, es otro de los intocables. Gente que ha demostrado que cuando el general dijo que dejaba "todo atado y bien atado" no era solo un epitafio ocurrente.