ivimos en una situación de toque de queda encubierto. Sin hostelería, con cines, espectáculos, comercios y encuentros deportivos cerrados a partir de las nueve de la noche; con el frío que ya se apodera del ambiente y ese vendaval que barre con todo menos con el virus. En este escenario de precariedad vital que dejará las calles de pueblos y ciudades vacías de personas con la caída de la tarde, la merma de la movilidad y de la actividad se hará evidente a partir de hoy. Solo si continúa esa actitud desafiante (no voy a decir insumisa porque ese adjetivo está asociado a una causa más noble, valiente y comprometida con un ideal), si hay gente que sigue desdeñando las cifras de infectados y hospitalizados y vive de espaldas al sentido común, el toque de queda llegará para constatar una vez más que no hay vacuna para mentes sin cordura.

La certeza de que algo va a suceder trae como anticipo una advertencia reiterada. Acaba de pasar con el Gobierno de Navarra y esas apelaciones a "no descartamos endurecer las medidas", un giro gramatical para evitar decir "preparaos para la que os viene encima". Pues lo mismo con el toque de queda. Primero en ciudades de Francia; luego en Bélgica e Italia. En el Estado, Madrid quiere consultar con el Gobierno (que debe decretar antes el estado de alarma) y aplicará un sucedáneo desde la medianoche a las seis de la mañana; Valencia está en las mismas.

El toque de queda se asocia a terminología militar, a patrullas recorriendo las calles, controles y exhibición de armas. Y algo de todo eso trae a la memoria por lo que supone de recorte de libertades. Es a lo que hemos llegado o, mejor dicho, a donde nos han traído. No sé si existen más alternativas o no hay otra salida. Llevamos consumidos muchos comodines sin frenar la ola. Así las cosas, sepan que si un día se sorprenden al escuchar el tañer de campanas de una forma extraordinaria y alguien les dice que tocan a rebato, están avisando al vecindario de una situación inminente de peligro o catástrofe. Presten atención a su campanario.