cabarán imprimiendo camisetas. Porque no hay mejor propaganda para un artista que la agresión a su obra, tampoco una afrenta mayor. Lo uno y lo otro ponen el foco en el autor. Claro que a estas alturas, LKN ya es lo suficientemente conocido en Pamplona por la multitud de dibujos con jugadores de Osasuna que han animado muros y marquesinas de la ciudad. Sus representaciones del Chimy Ávila, Oier, Roberto Torres o Arrasate han sido celebradas por los aficionados y han corrido como la pólvora por las redes sociales. Desde su anonimato, el artista callejero impacta de tiempo en tiempo entre las gentes que pasean por las calles. También ayer.

Un cartel pegado a una pared o al mobiliario urbano es un producto perecedero por fuerza de la naturaleza o de la simpleza del ser humano, que encuentra un extraño placer en tirar de una esquina que queda al aire y desgarrarla. Es lo que ha pasado con la imagen del beso de María Chivite y Bakartxo Ruiz colocada frente a la sede del Parlamento foral. Dos agentes de la Policía Foral procedieron a despegarla por iniciativa propia, según la versión aportada por el Gobierno de Navarra. A mí me extraña mucho que actúen por cuenta particular tanto como que toda la vigilancia que controla el edificio no se percatara de la maniobra del artista a menos de veinte metros de la fachada.

Pero, en realidad, ¿qué molesta del beso: que las protagonistas son dos mujeres, que sean las líderes de partidos antagónicos como PSN y EH Bildu, que una de ellas ostente la presidencia del gobierno...? ¿Alguien ha querido ver más allá y hacer lecturas de las manos entrelazadas, de los ojos cerrados, de las bocas pegadas...? Quien decide arrancar la pintura ¿se escandaliza por lo que ve o por sus propios pensamientos? Yo creo que el artista ha dado un salto adelante, del fútbol a la política, para comprobar hasta dónde llega la tolerancia y se ha topado con una respuesta que nos retrata como sociedad. Con un beso que molesta.