oncluida la Navidad, comparto el sentimiento de un lector que, en la carta remitida a un periódico de tirada nacional, se lamentaba de que "a los que hemos cumplido estas fiestas con las restricciones anticovid se nos ha infligido un agravio comparativo". Y no le falta razón. Mientras la mayoría tenía que renunciar a compartir el festejo, a dejar en soledad a sus mayores en comidas y cenas tradicionales, a vivir unos días en los que ha costado adaptar la mente a los impulsos del corazón, podemos acreditar, sin embargo, casos de reuniones en las que no se ha respetado ni el número de comensales ni de unidades familiares. También bares que rebasan de sobra el aforo permitido o celebran fiestas; personas que voluntariamente ni utilizan la mascarilla ni guardan la distancia ni se ajustan al toque de queda; y todas las denuncias publicadas en las últimas semanas por infringir las normas. Frente a ese ejercicio de irresponsabilidad que en ocasiones tiene mucho de un desacato en toda regla y un desafío, el resto, la inmensa mayoría, más que el agravio que cita el lector, nos sentimos como potenciales e indefensas víctimas de quienes se toman a broma los contagios y son incapaces de visualizar la enorme tragedia que representan las cerca ya de 1.000 víctimas mortales que el covid, y la imprudencia deliberada de muchos, ha causado en Navarra.

"¿Dónde está la solidaridad, la capacidad de ser conscientes ante un momento como el actual?", se pregunta el lector. No sé si es egoísmo, el sentirse inmune, o llevar al extremo esa respuesta que aflora en las discusiones entre los más estrictos y los menos rigurosos: "¡Pero habrá que vivir...!", repiten estos últimos. Esa afirmación oculta, a mi entender, una errónea interpretación que no asimila que, en este contexto de pandemia, el ejercicio de vivir (o sobrevivir) no es un acto individual porque implica invadir también la vida de los demás.

"Han sido unas fiestas diferentes y muchos no lo han entendido", concluye la carta. Como, añado, tampoco entendieron la obligada suspensión de los festejos patronales en verano y siguieron a su bola, generando focos importantes de contagio como pudo comprobarse en diferentes localidades de la Ribera, empujadas después a un confinamiento perimetral. Tengo la impresión de que diez meses después estamos igual o peor, dando un paso adelante y empujados luego a dar cuatro atrás, con medidas restrictivas más duras en perspectiva. Y muchos siguen sin comprenderlo.

"A los que hemos cumplido estas fiestas con las restricciones anticovid se nos ha infligido un agravio comparativo", afirma un lector en una carta