onald Trump se ha ido pegando un portazo. No encaja en esa personalidad el aceptar la derrota y felicitar al rival. Mucho menos se espera, en ese histrión elevado a presidente de la más poderosa potencia mundial, el asumir una salida elegante. El empresario no pudo evitar una última fanfarronada, un mensaje subliminal dirigido a sus seguidores más recalcitrantes ayunos de nuevos estímulos para atacar al sistema: "Volveremos de alguna forma", dijo antes de subirse al avión rumbo a su residencia de Florida. Una amenaza más que un mal epitafio a cuatro años de mandato que han sumergido -mejor sería escribir sepultado- a Estados Unidos en una profunda división no solo política sino también con peligrosas expresiones de supremacismo que han provocado víctimas entre las minorías étnicas y han derivado en desórdenes públicos. Ese "de alguna forma" pone de manifiesto las intenciones de Trump en adelante, un multimillonario con capacidad económica y adeptos para intentar socavar el orden institucional mediante la mentira y la algarada. Y ya se vio en el reciente asalto al Capitolio que cuenta con seguidores dispuestos a protagonizar una insurrección.

En ese contexto, el discurso de Joe Biden en la toma de posesión perseguía cerrar heridas más que exponer un plan grueso para los cuatro años de mandato. Más que construir, el presidente tiene que reconstruir, tanto en la confianza de los ciudadanos como en la lucha contra el coronavirus, que encontró al principio en Trump a uno de sus principales escépticos, como lo ha sido también con el cambio climático.

Pese a lo extraordinario de esta toma de posesión, la ceremonia siguió esas pautas que convierten en Estados Unidos un acto administrativo en un espectáculo con tintes cinematográficos en los que se tiene muy en cuenta la puesta en escena. Todo muy medido, como el vestido de Lady Gaga y el mensaje que coló en castellano Jennifer López reclamando "libertad y justicia para todos". Muy similar a la entrega de los Oscar o la final de la Super Bowl. Made in USA.

Trump ya es historia. Biden recibe una herencia envenenada con la imagen del país por los suelos. Por eso, lejos de análisis de mayor calado me quedo con esas palabras de cara al exterior que suenan a lavado de imagen: "Somos buena gente", proclamó Biden. Cuestión de credibilidad.

El discurso de Biden perseguía cerrar heridas más que exponer un plan grueso para cuatro años de mandato. Más que construir, el presidente tiene que reconstruir