l pasado martes las gentes más sanfermineras pisaban, con el contenido ceremonial permitido en estas circunstancias, el segundo peldaño de esa escalera festiva que conduce al 7 de julio. En el rellano, coincidieron en esa fecha la presidenta María Chivite y el alcalde Enrique Maya; la jefa de Gobierno corrió más de lo aconsejado y dio por zanjadas las fiestas de 2021, ante el enfado del primer edil de la ciudad al ver suplantadas sus competencias. Celillos de políticos. Porque la suspensión por segundo año consecutivo de los Sanfermines no coge a nadie por sorpresa. Aunque quedan cinco meses por delante, aunque el porcentaje de población vacunada superara ya a esas alturas del calendario el 50% -cálculo exageradamente optimista del Ejecutivo central-, programar cualquier actividad o acto festivo supondría correr un riesgo innecesario cuando no un auténtico despropósito. No son estas tampoco unas fiestas que puedan celebrarse a medias, salvando una misa, un concierto o una colección de fuegos artificiales por aliviar otra espera; son, además, fiestas grupales, de cuadrilla, de actos en familia, de recortar las distancias. Los Sanfermines no se pueden perimetrar ni restringir, de ahí que la sola idea de programar alguna corrida de toros con aforo reducido suene a un intento fallido de normalizar lo que en Pamplona no es normal sino extraordinario e inimitable. En este asunto, ese Maya que pasa por la escalera es como el gallego, que no sabes si sube o si baja, si respalda la suspensión o no se resiste a dejar en blanco los días del 6 al 14 de julio. Esos días están cargados de simbolismo en Pamplona y lo mejor que nos puede ocurrir a todos es que enfrentemos la última suspensión, que la recuperación sea al cien por cien y con el menor número de bajas posible; porque a las gentes de memoria quebradiza y mirada a otra parte habrá que recordarles que el número de fallecidos en el Estado ha superado los 60.000 y que Navarra ya pasó de 1.000 y el goteo no se detiene. Y desterremos también ese confuso término de las no fiestas, bajo cuya mención se han cometido numerosas irresponsabilidades y detrás del que está el repunte sufrido en Navarra durante el verano. Este año, más que por la escalera que no lleva a ninguna parte, pongamos todo el esfuerzo en una desescalada que nos permita ser ya definitivamente optimistas desde el próximo 1 de enero.

La sola idea de programar alguna corrida de toros con aforo reducido suena a un intento fallido de normalizar lo que en Pamplona no es normal sino extraordinario e inimitable.