l problema ahora son las palomas. Nada nuevo. Desde hace años se organizan cacerías periódicas por la ciudad. Recuerdo tiempo atrás cuando el Ayuntamiento puso en funcionamiento lo que era un novedoso sistema con redes para atrapar aves a mansalva. Ahora el efecto no es tanto por la cantidad de estos pájaros como por su comportamiento, más parecido al de un animal doméstico. Porque las palomas acuden a comer los restos esparcidos por el suelo sin ningún tipo de complejos, sin asustarse de la clientela de las terrazas ni caer en el engaño de un gesto para que retomen el vuelo. Llegan, comen y cagan. Han pasado de hacer gracia a niños y ancianos ociosos a estar en la lista de especies en busca y captura.

Ese comportamiento entre dócil y desafiante lo he detectado en otros ejemplares de la fauna urbana. Escribí aquí mismo de cómo los gatos que habitan en mi plaza aprovecharon el confinamiento de los humanos para adueñarse de la escena y pasear a sus anchas. No había peligro a la vista y el alimento seguía lloviendo puntualmente de los balcones. Después de aquello, la última generación de mininos toma el sol en los bancos o sigue a los vecinos en busca de un mimo o de algo para meterse en el estómago. Me temo que un día se quedara abierto el portal y aparecerán en la puerta de casa. De hecho, un vecino adoptó a uno de esos gatos callejeros que ahora se enseñorea desde el alféizar mostrando su nuevo estatus.

Pero hablábamos de las palomas, de las que me cuidaré de comparar con las ratas. En Ansoáin van a combatir la proliferación con dos halcones de garra afilada. Sin embargo, no estaría tan seguro de que la supremacía de las especies vaya a funcionar como regla incuestionable. Un centenar de estas palomas, bien organizadas y en formación, no solo pueden defenderse sino también atacar, como hacen los bancos de pequeños peces ante el acoso de los depredadores de mayor envergadura. Y ocho mil palomas, que son la población de Pamplona, son casi los efectivos de una división militar. Así que anden con cuidado. Gavilán o paloma, como cantaba Pablo Abraira, esa es la disyuntiva.

Las palomas llegan, comen y cagan. Han pasado de hacer gracia a niños y ancianos ociosos a estar en la lista de especies en busca y captura