Da escalofríos pensar que, mientras canturreábamos las tablas de multiplicar o el catecismo, al otro lado del muro se cometían delitos atroces desapercibidos en la cotidianidad de las aulas donde tirón de orejas, algún tortazo o coca con nudillo era lo habitual para “desobedientes”. Accionando la moviola percibes que había gentes reprimidas y tiranas que se cebaban con el débil; que se afanaron en perpetuar su poder “educando” los afectos, usando al fácil a su antojo para aliviar sus instintos. La clave estaba en sembrar miedo. “Ojo con esos besos de tornillo”, “das el dedo y te coge hasta el hombro” nos decían algunas educadoras. Con esas soflamas te mandaban a la vida y a afrontar lo que viniera. La suerte tuvo mucho que ver en el resultado. Si topabas con buena gente, todo iba bien, pero si no, la cosa se te torcía para siempre. Abusos, maltrato, sumisión, temor y silencio acompañaron la vida de compañeras mías, que espero no sean más de las que se. Ante los chicos abusados en colegios pienso que nuestras educadoras ya sabían de qué hablaban. Sabían que había bastante depredador suelto y hubiera sido mejor fortalecernos, hablar alto y claro y no con fábulas y moralejas que no entendíamos. Pero es que esas educadoras tenían mentes retorcidas. Era la dictadura. Cuanto pesar, cuanto miedo, cuanta impostura, cuanta sombra. Esa educación oscura dirigida a la sumisión se impuso con la violencia y hoy la defienden quienes quieren poder para dominar no para organizar. Estamos a tiempo de arrinconar imposiciones, de encender la luz, de hablar claro y de ondear la bandera del respeto. Las urnas dan poder. Que éste sea limpio...