en estos días de tilde grandilocuente como Día de la Raza (qué espanto), Hispanidad o conquistas me quedo con el último, el del respeto a la diversidad cultural. Diversidad que no solo viene con las personas foráneas que recalan aquí, sino que subyace en nuestra idiosincrasia que, al final, no es más que una suma de experiencias que han compartido gentes y territorio desde tiempo inmemorial. Es nuestra interculturalidad, la que machaconamente el poder quiere homogeneizar. Ahí está la pelea. Y de esto y mucho más nos hizo reflexionar Paco Ibáñez el viernes en el Gayarre. Este hombretón de vasta cultura, guitarra, pelo despeinado y envidiable elocuencia ejerció de atizador de conciencias (así se define) en esto de la diversidad. El Gayarre petado, rendido a su altura de miras, a su izquierdismo y republicanismo, en una empatía hasta musical que despierta envidia sana. Envidia porque lo que el señor Ibáñez cuenta y canta es fruto de una vida de vivencias, de personas y de muchas lecturas. Digo yo que para musicalizar a Góngora. Quevedo, Lorca, Celaya. Miguel Hernández... y otros muchos primero te los tienes que leer y si son coetáneos, conocer. Además, cante jondo, gallego, euskera, provenzal, catalán... Su anecdotario da cuenta de una intensa vida y de libertad. Y es que el señor Ibáñez vivió los años del París de las ideas y la revolución social, conoció in situ el despertar de Latinoamérica, se involucró en movimientos y versos que hablan más de solidaridad y cultura que de dinero y poder. Y mientras aquí, a su generación y posteriores, la dictadura les cortaba las alas y les obligaba a centrar las inquietudes en intentar aniquilarla sin tiempo para cultivarse.