Cuando era joven, mucho más joven que ahora -siempre he querido colar esa frase inicial del Help! de Lennon y ésta es buena ocasión-, había un debate académico que, para nuestra desgracia, llegó hasta los libros de texto, promovido por quienes defendían la literatura comprometida y atacaban sin piedad a quien no la practicaba, acusándole de vivir en su torre de marfil.

Literatura engagée la llamaban porque, pese a que venía directita de la revolución rusa -y todo ese rollo de abolir la cultura burguesa, etcétera-, su puesta de largo en Occidente llegó de la mano de Sartre, aunque su momentazo se produjo con varios de los escritores del boom hispanoamericano, que tenían por allí miserias de sobra para hacer literatura de denuncia.

El debate no tuvo mucho recorrido, por varios motivos. Los principales:

1. Solo hay literatura buena o mala, el resto es accesorio.

2. Hace mucho tiempo que la literatura no está en primera línea de batalla. La fueron apartando de ella el cine, la tele, el rock y derivados, y ahora hasta internet.

El caso es que suponemos que los estudiantes de literatura ya no tienen que sumergirse en esa polémica entre engagés y esteticistas (o melasudatodistas, que también los hay). Pero no porque se haya muerto, sino porque ahora la tienen que aprender y digerir los estudiantes de cine.

En los Premios Goya, raro es el año en el que no se hace notar ese tipo de cine. Pero es que en esta última edición ha arrasado: fresco demoledor de la corrupción política en este país (El reino); amor lésbico en una sociedad machista (Carmen y Lola); inclusión-diversidad-visibilidad de las personas con discapacidad (Campeones); violencia política (La sombra de la ley); y Gaza, etcétera.

Historias comprometidas con la sociedad y el momento que nos toca vivir, y ese viejo adagio de que revelar es comenzar a cambiar. Sartre se llevaría una sorpresa al ver dónde han ido a arraigar sus ideas. Pero estaría orgulloso.