andalucía constituye antes que nada el laboratorio de pruebas del trifachito, acertado neologismo ante la contaminación por Vox del voluntarista programa gubernamental de PP y Ciudadanos en su insuficiencia aritmética. Pero el cataclismo institucional sureño también tiene una derivada individual, personalizada en el a partir de hoy presidente Moreno y en la destronada Díaz, por la volatilidad de las carreras políticas. Esa evanescencia la encarna como nadie el nuevo mandamás andaluz, para empezar candidato del PP de pura chiripa. Pues la superioridad nacional del partido barajó otras opciones después de que Moreno apoyase hasta el límite de sus fuerzas a la ya finiquitada Soraya en detrimento de Casado en la sucesión orgánica de Rajoy. Si la fortuna le acompañó como mero aspirante, como presidenciable a Moreno se le ha obrado la conjunción milagrosa de que al extravío por las izquierdas de 700.000 sufragios se agregase la irrupción de Vox para rentabilizar todo el voto de orden emitido después de que el PP andaluz perdiera en seis años la mitad de los escaños, hasta los vigentes 26. Además de que, de no rescatar Vox ese voto ultraconservador a la fuga, Ciudadanos le hubiera dado el sorpasso al PP y Moreno estaría calcinado hasta con esta suma total entre las tres diestras. Véase luego el caso de Díaz, que en mayo de 2017 se imaginaba baranda máxima del PSOE en vez de Sánchez y al alimón presidenta andaluza -en este segundo supuesto ungiendo heredera antes de las últimas elecciones autonómicas, para abordar después el asalto a la Moncloa- cuando hoy no es ni una cosa ni la otra. De hecho, si por Sánchez fuera, ni en la política en activo seguiría. Aunque Díaz se aferra al ejemplo teórico de Vara en Extremadura, que aguantó en la oposición hasta consumar la revancha, para soslayar el patetismo fáctico de pasar directamente de regidora del territorio patrio más poblado a la cola del paro. Así que Moreno y Díaz representan en carne propia un aviso a los navegantes de la democracia representativa, ya que ni las estrellas de la superestructura institucional lo son para siempre ni las figuras subsidiarias quedan condenadas al segundo plano por una suerte de maldición atávica. Todo lo que sube baja y, sí, quien resiste puede ganar. En efecto, como la vida misma.