Ciudadanos ha hecho cálculos y le salen las cuentas como para fiarlo todo a la hegemonía de la derecha tricefálica desde la premisa de que a Rivera no le basta de salida con la vicepresidencia, aunque en su momento todo se andará. Por eso renuncia a la transferencia de voto desde el PSOE y se centra en agitar la bandera rojigualda mientras blande su discurso netamente esencialista, incluida la patética performance frente a la casa entreabierta de Puigdemont en Waterloo. Pero Ciudadanos es una marca revestida de hiperliderazgo antes que un partido, al carecer de cuadros suficientes, y ha pactado a izquierda y a derecha con unas razones y justo las contrarias. Esa falta de andamiaje -ante la que se vende como regeneración el fichaje de una exmilitante popular castellana con lustros de canonjías- y su notorio oportunismo estratégico sitúan a Ciudadanos en teórica desventaja respecto al PP, que con el fin de conjurar el riesgo de sorpasso por la sigla naranja también radicaliza su discurso para así pescar en las aguas bravas de Vox. Hasta el extremo de que Casado verbaliza un paternalismo nauseabundo contra la mitad de la población cuando evita toda referencia a los hombres agresores o directamente asesinos bajo el eufemismo de reprochar a esos varones que no traten bien a las mujeres, acusando además a las gestantes de no saber lo que llevan dentro. Esa involución del PP por contagio con Vox se extiende específicamente a la estructura del Estado, que se pretende constreñir con una perspectiva tan centrípeta que ya se congelan traspasos competenciales reconocidos en estatutos de autonomía plenamente constitucionales. Luego, al fondo a la derecha de esa taberna reaccionaria donde se trasiega argumentario de garrafón, está pletórico Abascal. El ganador de este repóker de sotas a la diestra porque él ha repartido a los otros dos jugadores las cartas programáticas que determinarán la campaña primero y la presidencia ultraconservadora después, si es que dieran los números. Y si no, pues ni tal mal, ya que en este contexto de pura política emocional nada mejor para Vox que un Gobierno socialcomunista al que aborrecer.