el ser navarro irrumpe en toda su plenitud de viaje al extranjero para conformar una verdadera especie al conducirse por el mundo. Desde la misma salida se caracteriza por el tono vociferante, igual para hablar en persona que por el móvil, y se despliega engrosando las colas con conocidos llegados desde los laterales conforme se aproxima el turno. Ya en los aeropuertos de postín, al navarro auténtico se le ve transitar plácidamente, como si constaran de una terminal, al estilo del de Noáin. Eso sí, una vez llamados a embarcar, cunden las prisas para pasar el control y poder colocar así los bultos sobre los asientos asignados, sin recordar que un autobús suele aguardar para llevar a todo el pasaje hasta el avión. Curiosa también la costumbre foral de ignorar los consejos de seguridad aérea, total estrellarse contra el suelo conlleva la muerte inmediata y mejor ahorrarse la agonía de sobrevivir en el mar. Consumado el aterrizaje, nos sobreviene la seria tentación de no pagar en autobuses, trenes o metros cuyos billetes se adquieren en máquinas. Si se apoquina no es tanto por civismo como por pavor al revisor y a la vergüenza de quedar en evidencia. Pisado el terreno a visitar, habiendo hecho acopio de los auriculares regalados en cualquier transporte, al biotipo navarro se le distingue por pedir consejo al paisanaje con la pregunta “¿español?”, aunque el interrogado tenga la misma pinta de hablar castellano que el interpelante de manejar un inglés del centro de Oxford. A la hora de desplazarse, el espécimen navarro muestra su predilección por la cartografía, donde esté un buen mapa que se quite Google Maps. También en las visitas organizadas aflora la denominación de origen. Se debe miccionar antes para no hacer esperar a los demás turistas, pero no, es intercambiar unas palabras con el guía y mearse lo más grande. Luego está lo de comer por ahí. No se ha descrito navarro que no repase la lista de precios exhibida en la entrada del restaurante. Tampoco que no busque en la carta de vinos un caldo de la tierra, de la nuestra, no la de acogida. Y sí, la manduca podrá estar regular, pero que no nos vacilen con el morapio que la liamos. Nada tiene de científico lo descrito, si bien obedece a la propia experiencia y en mayor medida a un análisis somero de las peripecias de la navarridad tan viajera. Tópicos típicos de gente de aquí para allá.