l aforismo de que cualquier tiempo pasado fue mejor se cumple milimétricamente en política, circunscrito a este Estado de las Autonomías post-franquista aun imperfecto. Basta con contemplar los debates parlamentarios y las comparecencias públicas, en el primer caso reducidos salvo contadas excepciones a duelos dialécticos donde se ventilan pendencias personales más que argumentos de mínimo fuste y en el segundo con soliloquios de puro marketing que soslayan las preguntas concretas de la prensa en el supuesto de que se permitan. Una decadencia que se amplifica en las redes sociales porque los profesionales de la política las utilizan preferentemente para ganar notoriedad entre los incondicionales, incluso al precio de hacer el ridículo con falacias y ocurrencias. De ahí que con pérdidas recientes como la de Julio Anguita nos sobrevenga la nostalgia de aquellos personajes carismáticos, tanto por su solidez discursiva como por su coherencia fáctica con lo declarado, que aun con sus claroscuros ponían la ideología al servicio del programa para mejorar la vida de la ciudadanía, la razón de ser de la política representativa. La insolvencia que hoy anida en gobiernos de toda índole resulta la manifestación más penosa del deterioro de las instituciones como consecuencia directa de la devaluación intelectual de los partidos globalmente considerados. La adoración al mandamás para no comprometer las expectativas de poltrona ha sepultado los debates ordinarios hasta el punto de que la discrepancia en los foros internos reglados se interpreta como una deslealtad en lugar de como una muestra de compromiso con la sigla primero y con la sociedad después. Y así se conforman gobiernos sobre la base de la pleitesía desde una confianza mal entendida que se antepone a los principios de mérito y capacidad, quedando esa mediocridad al desnudo cuando las cosas se ponen feas de verdad y se echan en falta gentes competentes que nos saquen del atolladero con dotes de propuesta y ejecución. Otra de las lecciones básicas de esta crisis económica de raíz sanitaria estriba en la urgencia de paliar tal orfandad de liderazgos.