Con la salvedad de los hosteleros y los comerciantes, a quienes asiste el derecho a cagarse en todo ante la clausura parcial o total de sus negocios por mor de la pandemia, no puede caerse en la falsa dicotomía entre la salud pública y la pujanza económica pues sin la primera no cabe la segunda. Y, de anteponerse la economía a la salud, acaba imponiéndose la necesidad de preservar esta última, ojalá a la segunda hayamos aprendido la lección para que no nos sobrevenga una tercera ola covid con el cierre de este infausto 2020. De ahí que la mejor manera de salvar las Navidades sea salvaguardar el mayor número de vidas, acatando la limitación de allegados que sentar a la mesa y el toque de queda que las autoridades decidan con la vista puesta en que la red sanitaria inicie la campaña de vacunación en las mejores condiciones posibles. Esa actitud responsable -por lo demás, en un tiempo caracterizado por la dispensa de los mejores deseos- no debe bajo ningún concepto rebajarse por el optimismo interesado desde la óptica política y empresarial ante los progresos de las tres vacunas más avanzadas, en el sentido de que el calendario para la inmunización colectiva no se concretará del todo hasta la plena garantía de seguridad y de eficacia primero, así como de suministro después. Y desde la doble premisa del refuerzo de la Atención Primaria y de la progresividad en la vacunación, antes que nadie el personal sanitario y asistencial junto con los grupos más expuestos comenzando por nuestros mayores -primero de más de 80 años y luego de 65- y los enfermos crónicos, con lo que el resto tendremos que seguir extremando las precauciones durante meses. De hecho, en el Estado español no podrá hablarse de inmunidad comunitaria hasta la vacunación de al menos 30 millones de personas -como dos terceras partes de la población-, 430.000 extrapolando el dato a Navarra. Una certeza que obliga a vacunarse con un mínimo de sentido común y de lógica humanista, pese a que el 40% de la ciudadanía europea sea reticente a que se le administren las primeras dosis en llegar al mercado. Que la esperanza al vislumbrar la luz al final de este túnel interminable no deje resquicio a la relajación ni tampoco al autoengaño: no volveremos a un escenario prepandemia hasta 2023 y eso en el mejor de los casos.

Salvo hosteleros y comerciantes, que pueden cagarse en todo, no puede caerse en la falsa dicotomía entre salud y economía pues sin

la primera no cabe la segunda