reo particularmente que la obra de todos los faltones que asimilan el arte a la mera cultura de la provocación no merece notoriedad, caso de Pablo Hasél. Pero, como mi opinión vale tanto como la del referido rapero y la de todos ustedes, defiendo que nadie acabe en el trullo por ejercitar su libertad de expresión. Aunque ese derecho esencialmente democrático se reduzca al desahogo personal en lugar de al deber cívico de poner el dedo en la llaga por donde sangra la mayoría. Por el gusto de intentar mejorar las cosas que nos atañen como sociedad más que por el placer de tocar las narices a alguien en concreto, bien entendido que los cargos públicos se encuentran razonablemente más expuestos a la crítica como representantes de la colectividad. En el nombre del tal Hasél como nuevo mártir de los torquemadas de guardia se han organizado unas algaradas que atentan contra el mobiliario urbano y sobre todo contra la inteligencia, pues no hay peor manera de reivindicar la fuerza de la palabra que hacerlo por pelotas, a base de pedradas contra los antidisturbios y los comercios. Conculcando además el bien superior de la convivencia democrática, donde caben la discrepancia e incluso la disidencia en las calles mediante un derecho de manifestación que regula de forma garantista el orden público. Dicho todo lo anterior deben censurarse tanto los excesos de algún efectivo policial, ajenos al principio de proporcionalidad que tiene que guiar toda intervención -constatada la evidente complejidad de contener a los violentos-, como el afán partidista de criminalizar la protesta confundiendo perversamente la parte con el todo, para así poder arremeter contra el adversario político que no comparte argumentario con la misma inquina dañina que se le achaca al pendenciero Hasél. Y además cabe preocuparse muy mucho por esos jóvenes y también menores que se apuntan a todo tipo de movilizaciones con cualquier pretexto -a riesgo de comprometer en convocatorias contaminadas por vándalos su propia integridad física y la limpieza del certificado de antecedentes penales- como respuesta rabiosa e incluso iracunda a la falta de perspectivas vitales. La ausencia de horizonte laboral después dos crisis concatenadas también se manifiesta detrás de la pancarta y eso exige soluciones urgentes, no Policía.

En apoyo del pendenciero rapero se han organizado unas algaradas que atentan contra la inteligencia, pues no hay peor forma de defender la libertad que hacerlo por pelotas