n esta Navarra nuestra, pongamos que hace cuarenta años, no había nada peor para un crío que ser gay -las lesbianas se daban por inexistentes-, hijo de divorciados o repetidor. Por este orden. Y no digamos ya si por una mezcla de la genética, el azar y el despiste respondías a los tres estigmas. Faltaría más, los niños no lloraban, no jugaban con muñecas ni saltaban a la comba y, de apuntarse a danza, nanai. Había que permanecer en el armario bajo siete llaves por puro instinto de supervivencia, para blindarse ante la agresión verbal e incluso física. Y en no pocos casos para evitar también que tu entorno, ese que debía aceptarte tal y como eres, te sometiera a terapias de reversión para que te convirtieras (sic) en un heterosexual como Dios manda. Afortunadamente, y gracias a los sacrificios personales de tantos y tantas, se ha avanzado una barbaridad desde la despatologización de la homosexualidad por la Organización Mundial de la Salud en 1990 y más en nuestro entorno desde la ley de matrimonio igualitario de 2005. Sin embargo, sigue siendo necesario combatir la homofobia, la transfobia y la bifobia, con un día internacional como esta misma semana -una docena de países castigan hoy la homosexualidad con la muerte-, pero mejor en ese día a día todavía demasiado duro para demasiada gente. Para empezar, los escolares que aún sufren acoso por su identidad sexual. Por eso no hay mejor lugar que las aulas para erradicar el odio y la discriminación, para enseñar que el amor y el disfrute -que no tienen por qué ir unidos- no atañen más que a quienes los practican conforme al mutuo consentimiento. Pues los prejuicios y la violencia resultan taras antes que nada educacionales, así que en lugar de manuales de tratamiento psiquiátrico deben recetarse destrezas para la gestión de las emociones y los afectos en igualdad y en diversidad. Una tarea de sensibilización todavía pendiente -ahí está la controversia en Navarra acerca del programa de coeducación Skolae- a acompasar con la debida cobertura jurídica de los nuevos derechos en abierta contraposición con el pin parental que promueve la ultraderecha. Por ejemplo, dotando de mayor protección al colectivo trans y de refugio a las personas perseguidas por su orientación en sus países de origen, al igual que prohibiendo las curas de la homosexualidad en todo el territorio como otros cuatro estados europeos. La bandera arco iris no solo se enarbola en los hogares y en la escuela, en los parlamentos y en los tribunales, también y singularmente en la calle. Porque, cuando a alguien se le insulta llamándole maricón -a menudo de mierda-, nos increpan a todos los que creemos en la libertad para amar y para gozar. Tanto mejor si es a la vez.