hora que vemos la luz al final de la pandemia, van las instituciones y nos la apagan. La ceremonia de la confusión tiene como máximo exponente a AstraZeneca, para cuya segunda dosis los gobiernos tanto español como navarro aconsejaron otro compuesto y sin embargo la inmensa mayoría de los concernidos ha apostado por repetir aun bajo firma de consentimiento informado. Como para hacérselo mirar por la crisis de confianza que comporta, pues la gente corriente se ha fiado más de su propio instinto que de la pauta de unas autoridades directas movidas por cuestiones de aprovisionamiento logístico. Por cierto, un pálpito ciudadano que sí se compadece con el criterio de la Agencia Europea del Medicamento pese al riesgo de trombosis de AstraZeneca, de diez casos entre un millón. Sobre esta dicha de la vacunación, porque solo cabe felicitarse ante el avance de la ciencia -cierto que instigado por el lucro económico-, también se ciernen otras incógnitas a medio plazo que contribuyen al desconcierto, la principal cuántas dosis de recuerdo serán necesarias y en qué plazos. Dudas que se extienden a la caducidad de la inmunidad por infección leve, anticuerpos cuya vigencia algún estudio estadounidense alarga a toda la vida sin que tampoco en este punto la comunidad científica se ponga todavía de acuerdo. Lo que también vale para la supresión de la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores, cuya inminencia anuncia Simón sin refrendo de la superioridad a día de ayer. Justo cuando la pandemia remite asistimos al colmo del caos político, consistente en imponer ahora unas restricciones a las comunidades autónomas que con la mortalidad en todo lo alto eran meras recomendaciones. Y además las instrucciones se mandatan tras no renovar el estado de alarma que proveía de seguridad jurídica. El ministerio de Sanidad ha tenido que rectificar regalándole a la camorrista Ayuso un triunfo en los tribunales y, lo realmente trascendente, abundando en el guirigay que hace al turismo extranjero poner a toda la geografía española en cuarentena. Este cristo, que solivianta al más templado, se ha solapado con una nueva tarifa de la luz, tema tan sensible como la salud porque las eléctricas nos la quitan con los estacazos que recetan. Y más si el tramo más barato lo sitúan en la madrugada, para elegir entre dormir y poner lavadoras o para planchar a costa de madrugar. Aquí a alguno se le van a cruzar los cables y ese alguno podemos ser ya cualquiera.

Ahora que vemos la luz al final de la pandemia, van las autoridades y nos la apagan con una confusión insoportable; lo único que nos faltaba era otro tarifazo eléctrico