mpecemos por los enojos y luego irán los antojos. Lo de la gasolina otra vez de escándalo, la más cara en los últimos siete años justo cuando volvemos a ser libres para desplazarnos. Hay que ver cómo se apañan, literalmente, para subir los precios al crecer la demanda y cuánto les cuesta bajarlos cuando el barril de crudo se desploma. Y lo de la luz, peor que nunca, con un alza de casi el 50% en las últimas semanas, un recibo disparado cuando la potencia contratada más el consumo registrado apenas representan la mitad de la factura. Y ahora el Gobierno anuncia una rebaja temporal del IVA del 21% al 10%, como si los impuestos no revertieran en la calidad de los servicios públicos -y por tanto en el bienestar de la ciudadanía-, mientras las empresas se hacen de oro sin permitir a los usuarios adquirir los contadores por cuyo alquiler nos cobran. Así que seguimos a la espera de una verdadera reforma del sector eléctrico, ya sin meros parches, que aporte luz a esta minuta indescifrable. Más vale que la irritación en tanto que consumidores muta en euforia como seres sociales a las mismas puertas del primer verano del resto de nuestra existencia postpandemia. Cómo será la cosa que hasta esa caótica sonoridad de las barracas -mezcla de reguetón y chillidos de pánico- ha dejado de molestarnos a quienes residimos cerca de la feria por la nostalgia de unos Sanfermines que oficialmente no serán pero que se rememorarán al menos los días 6 y 7. Resulta inevitable, por el ansia acumulada de celebración que ya se ha traducido en una masiva reserva para comer y cenar en la urgida hostelería pamplonesa, si bien hay que apelar a un mínimo de prudencia por mucha vacuna que llevemos puesta y sin la obligación de mascarilla en exteriores para fastidio de los feos. Bien pensado, vernos las caras ya va a ser una fiesta, aunque todavía tengamos que conducirnos con contención a la hora de dispensar afectos y de movernos en lugares cerrados, incluyendo los bares con las barras a medio gas y sin pista de baile. Se trata de disfrutar en calles y garitos, playas y piscinas, pero con sentido de la responsabilidad y conscientes de la memoria que les debemos a los casi 1.200 convecinos que la covid nos hurtó. Sepamos vivir siquiera por nosotros mismos, pues siempre es más tarde de lo que parece.

Más vale que la irritación en tanto que consumidores muta en euforia como seres sociales a las mismas puertas del primer estío del resto de nuestra existencia postcovid