n tiempos normales, si es que alguna vez lo fueron y lo fuimos, todos sabríamos dónde, con quién y con qué menú íbamos a celebrar la Nochevieja. Pero, a escasas horas para las uvas, perfectamente podríamos cenar solos en un cuarto oscuro. Tan encerrados como todos esos jóvenes que vuelven a dejar para otro año los disfraces que hubieran protagonizado una de las mejores andadas de su vida, nueva ocasión perdida para los restos. Y todo por esta sexta ola de coronavirus fuera de control, bajo el síndrome colectivo de que prácticamente todos los vírgenes de covid son contacto estrecho de un positivo declarado o por confirmar. Tal desbordamiento lo acredita la renuncia tanto al rastreo generalizado del entorno de los contagiados -salvo ámbitos de gran vulnerabilidad- como a la exigencia de PCR para levantar unos confinamientos reducidos a siete días en el caso de infectados asintomáticos. Mientras los esfuerzos se centran en robustecer la vacunación como el único antídoto de eficacia testada, si bien no total, contra la hospitalización y la muerte. Asistimos a un verdadero tsunami más que a otra ola con una mezcla de desesperación creciente, demostrada con la vuelta seis meses después a la mascarilla en exteriores, y de irritante incredulidad, fruto de la concatenación de variantes de distinta virulencia y de la incapacidad de las administraciones para anticiparse a los rigores de cada mutación. Es el Año Nuevo lo que está en cuarentena desde su mismo arranque, con la vida familiar y laboral en el alambre, tan a merced de la pandemia como los servicios sanitarios para empezar. Colapsados desde Atención Primaria, pasto de un embudo por el que no circulan las enfermedades crónicas de siempre ni todo el covid persistente por cronificar, con una expectativa trágica en ciernes. Y con su dramática traslación a una enseñanza obligatoria a modo de hospital de campaña, donde se imparten aislamientos en lugar de educación para menoscabo de otro curso embrollado. Llegados a este punto de impotencia, solo nos queda aflorar la mejor versión de nosotros mismos, la más cabal y prudente, resistente y solidaria. Y siempre conscientes de que todo puede complicarse, así que lo más práctico es ponerse en lo peor. A falta de ilusión ante el incierto año entrante, resignación inteligente para metabolizar lo que al 2022 se le antoje recetarnos.

En tiempos normales sabríamos todos dónde y con quién celebrar esta Nochevieja, pero mañana perfectamente podemos acabar cenando solos en un cuarto oscuro